3. Música en el corazón del Bosque Negro (II)
─Hithmîr, Tauriel, sé que nos habéis echado
de menos. ─Comenzó Legolas con tono exageradamente afable ─ ¿Los dulces bien, hermano? Te tengo dicho que
no comas demasiadas galletas ni bollitos de bayas o harás que las cavernas de
nuestro padre se derrumben bajo tu peso.
No
quería ser demasiado cruel con su hermano, pero le había molestado muchísimo su
comportamiento excéntrico, maleducado y vergonzoso, por lo que sentía que debía
darle una pequeña lección.
Ofendido
en lo más profundo, Hithmîr miró a Legolas con la boca abierta (buscando una
contestación que darle) y terminó girándose, envuelto en un revuelo de capa
azul y largo cabello dorado, y se alejó de ambos, entremezclándose con la
multitud.
«Hithmîr, es nuestra súper invitada» «Viene de Lórien, Hithmîr» Pensaba
irritado, cambiando las voces de Tauriel y Legolas a cada amonestación. «No puedes sentirte superior a los mestizos,
Hithmîr» «Deberías comportarte, Hithmîr» «Sólo están bailando… ¿es que tú nunca
has baila con una recién conocida, Hithmîr?»
¡Pues
no! Porque Hithmîr era un elfo recto, moral y orgullosamente sindarin. No iba
por ahí arrejuntándose con
elfas mestizas de hombros descubiertos y miradas torvas… No era como Legolas y
Tauriel, deslumbrados por las maravillas del mundo exterior. Él era de los que
trabajaban día a día a la oscuridad de los muros del Palacio, en el corazón del
bosque, siempre temiendo un ataque que los sitiara hasta matarlos de hambre y
pena.
— Mis disculpas —murmuró, correcto como era, a un comerciante menor con el que acababa de chocarse. El elfo se disculpó a su vez e hizo una sentida reverencia antes de apartarse para mostrar, tras él, a la tal Lúthien hablando con Colneth, Aelinniel y Nimfaston. Bufó por lo bajo y estuvo a punto de darse la vuelta… a punto.
Lúthien
no pasó demasiado tiempo a solas con los panecillos de queso y nueces mientras
aquel vino de frutas le hacía compañía. Entabló conversación con un pequeño grupo de
elfos situados a escasos pasos de ella; lo cierto era que Lúthien tenía don de
gentes, siempre lo había tenido. Pero estaba presente en una fiesta a la que
había sido forzada a asistir, aguantando los insultos y desprecios de un príncipe
presuntuoso mientras otro príncipe intentaba excusar su comportamiento, luchando con todas sus fuerzas contra el impulso de hundir su puño contra el maxilar del príncipe de ojos de niebla.
Colneth, la preciosa elfa rubia e hija
única de Rudhon, Consejero del Reino, siempre estaba a la zaga de Hithmîr, con
quien estaba segura de que se desposaría tarde o temprano, lo había visto y ya
sonreía deslumbrantemente hacia él.
— Príncipe,
que alegría veros después de tantos días de recogimiento.
Sonriendo con encanto, Hithmîr dio dos
pasos hacia el grupo y se colocó junto a Nimfaston -que lo detestaba
profundamente- y la mestiza de horribles rasgos impíos.
— Dama
Colneth —saludó, con una pequeña reverencia— no digáis palabras tan grandes hacia mí, pues ahora me dejáis sin ninguna
para expresar mi dicha propia que sin duda es mayor que la vuestra, pues ante
mi tengo un regalo para la vista y una estrella para mi alma.
La chica se rio con tono
agudo, llevándose una mano al pecho y agitando el cabello. Aquello, que pareció
un movimiento natural, era la
estudiada respuesta sus halagos que
la elfa había desarrollado con el tiempo creyendo que así se acercaba a su
objetivo. No creía, sin embargo, que Hithmîr fuera a caer presa de sus
encantos, se conformaba con convencer al Rey y a la Reina de que ella era la
mejor opción para su hijo menor y aunque no entendía por qué el joven le seguía
el juego, estaba convencida de que ella ganaría tarde o temprano.
La ya conocida voz del príncipe Hithmîr a sus espaldas obligó a Lúthien a detenerse en su conversación. Estaba claro que se había acercado a observarla,
a controlar sus pasos. El gesto que Legolas había tenido con ella escasos
minutos atrás sin duda lo había molestado profundamente. Pero no sólo aquello
le enfadaba, sino que había algo más. Exhaló un suspiro muy discretamente a la
par que apuraba su bebida, ocultando una vez más su puño cerrado con fuerza bajo las largas mangas de su vestida.
Guardó silencio durante la conversación con las damas Colneth,
Aelinniel y el caballero Nimfaston, mientras en su rostro se dibujaba una
sonrisa de falsa comodidad. Aunque no entendía muy bien lo que estaba
sucediendo, sabía que no era agradable. Mas no podía, no debía permitirse el
lujo de que la viesen nerviosa. Observó los aspavientos de la dama Colneth
hacia el príncipe Hithmîr con una mirada de desdén; en efecto, no parecía una
dama de mucho honor, según creía ella.
Aelinniel se volvió discretamente hacia la embajadora de Lórien, con el
ceño fruncido:
—Y así es como Colneth pretende
al príncipe menor.—comentó con un deje de desprecio en su voz, casi percatándose de la furia de la Avar.— Procurad estar ojo avizor, mi señora, pues
es una mujer que goza de deshonrosas artimañas.
—¿Lo decís por si hay alguna
confrontación con el príncipe, hiril vuin?—apuntó Lúthien,
sin perderlos de vista, relajando los hombros.
—No os conviene llevarle la
contraria al príncipe menor, pues tiene amigos que le defenderán.—corroboró
Nimfaston.—Pero tampoco dejéis que os
avasalle. Hithmîr ha sacado el carácter huraño de su padre.
Lúthien, ante este último dato, no supo reaccionar. No era menester que
un simple soldado como ella se encarase ante un miembro de la alta nobleza,
pero Hithmîr no parecía poner las cosas fáciles y Lúthien no era una elfa que se caracterizase por su autocontrol.
Después de aquella breve conversación con
Colneth, Hithmîr repitió la reverencia hacia Aelinniel con cortesía.
— Mi
Dama, estáis preciosa esta noche —mintió descaradamente, porque llevaba un
vestido violeta horripilante— Me consta
que Nimfaston pierde el aliento con vos y hoy no le habéis dado descanso.
Nimfaston forzó una sonrisa y miró a su
prometida, que apenas había parpadeado ante sus palabras. Como Aelinniel no
necesitaba seguirle el juego, podía mostrar moderadamente el desprecio que
sentía hacia él. Y aquellos tres habían
estado hablando con la galadhrim… si Legolas y Tauriel no ponían al corriente a
su padre sobre su comportamiento, lo harían ellos.
— Habéis
hecho unos estupendos amigos, Dama Lúthien —le dijo, finalmente, forzando
una sonrisa pero dejando que sus ojos brillasen con enfado— Mi hermano estaba preocupado, pero yo ya
suponía que sabríais a quién acercaros.
Dispuesto a quedarse allí hasta poder
evaluar los daños, hasta saber qué y cómo habían hablado todos ellos de él, no
pensaba irse. ¡Y que se atreviera alguno a intentar alejarlo!
Lúthien
dirigió una fugaz mirada a Legolas y Tauriel, que afortunadamente sólo se
encontraban tres mesas alejados de ella. Los vio hablar, como también vio al
príncipe señalar hacia donde ella estaba. Escondió un resoplido nasal tras un nuevo trago
a la copa de vino que dejó reposar sobre el precioso mantel de seda plateada y
se armó de valor y paciencia para hacer frente al príncipe menor.
— Mi
señor Hithmîr.—Lúthien dibujó una
forzadísima sonrisa en su rostro, intentando aparentar la serenidad que no tenía.—He
tenido la suerte de entablar relación con algunos vasallos de vuestro padre,
todo gracias a la dama Tauriel.
Durante
un instante, fijó su mirada verdemar sobre el príncipe menor, no con el fin de
intimidarlo, sí con la intención de advertirlo. Pues ella no iba a dejarse
humillar por nadie, fuera de la clase social que fuera, como tampoco iba a
dejar en mal lugar a sus señores Celeborn y Galadriel.
Hithmîr aceptó con firmeza la mirada verdosa y la devolvió con un ligero
movimiento de condescendencia al inclinar un poco el rostro hacia ella, marcando
la diferencia de altura entre ambos. Había en ella casi un deje de… ¿desafío?
¿era acaso aquella mirada una advertencia? ¡Osada elfa galadhrim!
Y fue ella quien cedió primero, casi
desconcertando a Hithmîr, tan centrado en la disputa visual estaba.
Una
nueva pieza de baile había comenzado a sonar; era alegre, más veloz y recordaba
al sonido de las gotas de rocío en las mañanas cálidas de primavera. Y hubiera
sido aquella pieza un motivo para que la Dama Colneth, bella como pocas,
insoportable como un dolor en el gemelo, le insinuase una invitación para el
baile, pero fue interrumpida antes de poder hacerlo por aquella mestiza llegada
de Lothlórien.
—Sin duda, los Salones de vuestro padre hacen
justicia a la belleza con que me los describieron.—repuso con voz suave aunque tensa,
tras unos instantes de silencio que parecieron eternizarse.— ¿No creéis, hîr vuin?
¿Era aquello una tregua? ¿Una disculpa velada? Podía aceptar
una disculpa orgullosa, al menos por aquellas festividades, pero… ¿no sería más
bien, y vista su mirada brillante, una advertencia?
Con la galantería propia de Hithmîr, aquella con la que había fascinado
a los consejeros de su padre tiempo atrás, inclinó ligeramente el rostro y
permitió que el ángulo de luz de las velas favoreciera la línea recta de su
quijada, crenado las sombras apropiadas para un rostro más adulto que el suyo.
— Los Salones de Thranduil son
uno de los tesoros que se guardan en esta fortaleza, querida invitada, pero no
el mejor. —le dijo, suavemente— A fin
de cuentas, tres estrellas brillan con luz propia en esta sala y hacen
palidecer los hermosos tallados y las suaves telas.
Colneth rio azorada, pues
pese a todo, los halagos del príncipe eran hermosos, y Hithmîr temió una
directa petición de baile, así que se apresuró a tomar por el codo a la
mestiza, antes de que nadie pudiera hablar.
— Pero os mostraré otros recovecos hermosos de estas Estancias si tal es
vuestro deseo. —aunque fue aparentemente delicado, sus dedos se clavaron en
el tul blanco que apenas cubría sus brazos en una velada advertencia— Mis preciosas estrellas, Caballero
Nimfaston, si nos disculpan…
Sin dar tiempo a nada más, tiró de ella galantemente,
atrapando su codo, y ambos se deslizaron entre los bailarines y los charlatanes
con la gracia de su raza. Atravesaron de lado a lado el Salón y Hithmîr abrió
la puerta de cristal que conectaba al jardín bajo la mirada atenta de los
guardias que la custodiaban.
El inesperado -aunque suave- tirón por parte del príncipe menor
sobresaltó a la galadhrim como si le hubiesen volcado un jarro de agua fría por
la cabeza.
Se dejó conducir a través del amplísimo salón, empero la cortesía de
Hithmîr había puesto todos sus sentidos en alerta máxima. ¿Por qué la había
sacado? ¿Acaso era una tregua? ¿O había alguna oscura intención en los planes
del príncipe menor? Fuera como fuere, sabía perfectamente que no debía ni
perder la calma ni de bajar la guardia.
Hithmîr intercambió una mirada autoritaria con los guardias, convidando
a la mestiza a pasar en primer lugar:
— Por favor, mi Dama— le dijo con una sonrisa deslumbrante— vos primero. La vista del jardín interior del palacio no debe ensombrecerse por nada.
Y lo decía de corazón, pese a todo, pues la vidriera de vivos colores
daba paso a la única terraza del patio, que era recorrido por una galería de
arcos ojivales salvo allí. Una explanada de cuatro o cinco metros de piedra
pulida y brillante, con una escalinata amplia, de apenas seis escalones,
directa a la preciosa, hermosa, fuente central del jardín, era la terraza del
Salón de Baile. Había a la derecha un pequeño laberinto de olorosas rosas
azules, con arcos estrechos y dos fuentes ocultas que amenizaban el ambiente de
la noche con una canción distinta a la de la fuente central.
Lúthien atravesó la estancia por delante del príncipe, quien le había
cedido el paso en un alarde de galantería. Procuraba no mirarle. No por nada en
particular, sino porque no se fiaba de él, ni de sí misma. Conocía su
temperamento, lo conocía bien, y sabía que podía traerle problemas. No
obstante, trató de aparentar serenidad y calma.
La visión que se alzó ante sus ojos la dejó sin aliento. Sólo había
visto una belleza similar en los jardines de Loth’Lórien, de donde procedía. El
perfume de las rosas azules embriagaba los sentidos y arropaba a todos los que
se encontrasen allí en aquél momento.
—Por todos los Valar... Qué belleza...—suspiró maravillada. Al menos, por primera vez aquella noche, había hablado con sinceridad.
No bien pasó la elfa, Hithmîr levantó un dedo hacia los guardias y
entró tras ella, cerrando la vidriera tras él.
— ¿Os gusta? —le preguntó esperando su respuesta, pues pese a todo el jardín era hermoso y en él Hithmîr se sentía feliz.
— ¿Os gusta? —le preguntó esperando su respuesta, pues pese a todo el jardín era hermoso y en él Hithmîr se sentía feliz.
Después, con sus acostumbrados pasos largos, salió de la luz que las
velas del Salón proyectaban y apoyó la cadera en la barandilla de piedra. De
repente se hizo silencio. Lúthien podía sentir la oscuridad a su alrededor,
como también sentía la mirada de Hithmîr clavada en ella. Ni siquiera se había
dado cuenta de que habían cerrado las puertas. ¡Maldita sea, había caído en una
trampa! ¿Cómo no se había dado cuenta? Aquella forma tan agradable de tratarla
no podía significar nada bueno, y ella debía haberlo sabido.
Oculto entre las sombras, alumbrado por la luna que apenas nacía
y las estrellas pálidas en el cielo, Hithmîr había sido engullido por la noche
y sólo sus ojos, del color de la niebla, se distinguían de las tinieblas. Con
los brazos cruzados y la mirada fija en ella, habló al fin:
— ¿Qué
habéis dicho de mí a las damas y a Nimfaston? ¿Qué os han dicho ellos? ¡Hablad
y no me mintáis, galadhrim! Sé lo que se oculta bajo vuestra mirada reservada y
vuestros vestidos provocativos, así que jugaremos en igualdad. Decidme ahora y
después aclararemos los puntos sobre mi hermano, el Heredero al Trono del Rey
Thranduil.
De espaldas hacia el príncipe, Lúthien dejó que este la
interrogara como un inquisidor. Una pálida luna comenzaba a asomarse, posando
su mortecina luz sobre los cabellos de la elfa. Con lentitud se giró hacia él,
haciendo que ondease su vestido tras ella, con actitud inusitadamente calmada.
—¿Queréis
saber la verdad, mi señor? ¿O tal vez preferís que os diga lo que vuestros
oídos ansían oír? —repuso con voz suave, aunque un tanto soberbia.
La luz plateada de la luna convertía los destellos castaños del
pelo de la elfa en brillos blancos sin color, disfrazando el deshonroso tono
con un castaño tibio, casi noldorin. Pero era una Avar mestiza. La
luna sólo creaba una ficción en ella.
— ¡Siempre quiero saber la verdad!— le respondió airado— ¿Qué valor tiene otro tipo de palabra? ¿Para
qué querría escuchar yo un fatuo alabo, impura mezclada? ¿Crees que te habría
sacado de allí, que me habría arriesgado a que la Corte… la Corte supiera que
estamos ambos solos aquí afuera sólo para oír un alago que podría haber
encontrado más bello y sincero en los muros que hemos dejado? Elfa pretenciosa…
Lúthien
inspiró profundamente antes de responder a las preguntas de Hithmîr. Ni podía
ni quería dar un paso en falso, por lo cual debía meditar muy atentamente sus
palabras. Más aún sabiendo que lo que diría iba a sonar distinto a lo que quería decir en realidad.
—De
vos tan sólo me han dicho que sois un digno hijo del gran Thranduil. Guardáis
sumo parecido con él, con la única diferencia de que el carácter de vuestro
padre es mucho más tratable que el vuestro. —avanzó
hacia el frente dando dos pasos; acto seguido se detuvo, buscando con su mirada
zafirina la figura del príncipe.—No me toméis por imbécil, Hithmîr, pues no lo
soy. Bajo mi vestido sólo hay una única intención: cumplir con el deber que me
han ordenado en sustitución de mi hermano y volver a mi amado Lórien.
Volvió
a mirar la luna, que poco a poco comenzaba a cubrir con su manto todo cuanto
descansaba bajo ella. Y una vez más, se tornó quedando de espaldas al príncipe
menor. Una suave brisa meció sus cabellos, acunándolos, y se enredó en su vestido,
haciendo que la delicada gasa bicolor de las mangas se moviese con gracilidad.
—En
cuanto a vuestro hermano...—suspiró, con un deje de impresión y a la
vez molestia, pues que alguien se atreviese a dudar de ella le era, cuanto
menos, incómodo.—No sé a qué os referís. Nunca en todos mis largos años de vida lo había
visto, como tampoco os he visto a vos, tan sólo a través de los ojos de nuestra
querida Tauriel.
— ¡Descarada! ¡A través de
los ojos de Tauriel de él habrás caído enamorada. ¡He visto la oscuridad de tus impía mirada, la nube del deseo, cuando fuisteis presentados! ¿Crees acaso haber sido
discreta? —le dijo, enfadado por su supuesto fingido desinterés—. No puedes venir a la casa de mi padre, a mis
tierras, y esperar que tu interés pase desapercibido.
—Quién. Te has creído. Que
eres. ¡Cómo te atreves a decir semejante sandez!— Lúthien enseñó los dientes como
un lobo furibundo, mientras la rabia que latía en su pecho comenzaba a extenderse por sus venas.—Yo no siento nada por tu hermano, ¿¡me has oído?! ¡NADA! ¡Ni
siquiera quiero estar aquí! ¡Mi lugar está en Lórien, no aguantando tus
insultos!
Hithmîr
la tomó del brazo con cierta brusquedad, pudiendo encararla de nuevo, y con la
barbilla en alto continuó hablando, haciendo caso omiso de la réplica:
— No eres la
primera. Ha habido otras antes que tú. Persiguiendo al Príncipe Heredero,
acercándose a los que le somos queridos para llegar a él… una excusa barata
para llegar en el momento oportuno… ya lo he visto ¡me aburre! No eres
original, no eres innovadora, no eres la primera y no serás la última. Eso
puedo asegurártelo.
Estrechando
con furia los ojos, se cernió sobre ella, casi nariz con nariz. El primer
impulso de Lúthien fue dejar escapar un brutal puñetazo al cráneo del príncipe menor; mas su conciencia la detuvo. Era una invitada, aquello era el salón y no un campo
de batalla o una batida de caza. ¿Qué imagen daría de los elfos del Bosque
Dorado? Contuvo ese instinto apretando las manos hasta que pudo sentir sus uñas hincarse en la carne.
— ¿Te crees distinta con tu
sangre mezclada? —le murmuró— ¿Al
mirarte al espejo te has visto cautivadora? Has pensado… ¿has pensado que tus
hombros desnudos le darían un toque coqueto a tu actitud reservada y tu cuerpo musculado? —giró
un poco el rostro y sonrió con malicia—. Claro…
un toque femenino para ocultar un alma guerrera, un alma libre… demasiado visto ya. No eres especial.
Lúthien
aguantó el sermón apretando la mandíbula, mientras los músculos de su cuello se
marcaban a causa de la tensión.
— No eres especial.— repitió Hithmîr, mostrando
el ardor de una hoguera en sus ojos grisáceos, tratando de marcarle las
palabras a fuego.
Ella
soportó sus palabras mirándole fijamente; su pecho subía y bajaba rápidamente.
—No eres… nada especial.— Y al repetirlo, la tomó por los hombros
expuestos, atrayéndola ligeramente hacia él, asegurándose que sus palabras eran
ciertas
Y Lúthien
se mantuvo en silencio, a la par que cientos de lágrimas silenciosas se
precipitaban por sus mejillas.
—¡NO ERES ESPECIAL!
Y
la besó. Con la pasión del enfado, con la duda del que no ha planeado y con el
miedo del que no entiende.
La
galadhrim bufó, presa de la rabia y el desconcierto, mostrando un autocontrol
que jamás en su vida había enseñado, pues en su mente se repetía una y otra vez
ese sentimiento de obediencia que desde niña le habían inculcado, manteniendo a
raya su carácter. Cerró los ojos durante un instante para calmarse, y de repente…
Un
beso. Había sentido un beso. Abrió los ojos de súbito, apartando de un empujón
a Hithmîr, retrocediendo unos pasos hacia la baranda de roca esculpida. Apenas
tuvo tiempo de hacer o decir nada, pues como un cazador furtivo, el príncipe
menor se había escabullido entre las sombras, buscando el amparo de los Salones
y abandonándola en soledad.
Lúthien
se llevó las manos al rostro, escondiéndose entre ellas; ni siquiera se había
dado cuenta de que llevaba llorando un buen rato. Se tomó unos minutos para
dejar salir su ira, su furia, y la impotencia de no poder responder.
Respiró
profundamente uno o dos minutos antes de dirigirse tras el príncipe, dispuesta
a colocarle los puntos sobre las íes.
Junto
a Legolas, Tauriel vio como el joven príncipe Hithmîr daba media vuelta
ofendido por sus regañinas hacia su comportamiento. Sabía que era propio de él
comportarse así, no era la primera vez que sucedía. Pero no podían permitir que
aquella rabieta fuese a más. Estaba en juego el respeto y la amistad entre los
dos grandes pueblos élficos. Debía, aunque le fuese difícil, comportarse.
— Mellon nín, con todos mis respetos. Y siento
decírtelo porque tu hermano también es muy amigo mío, Legolas, pero Hithmîr no
tiene remedio... —esbozó una sonrisa amistosa para después mostrar una mueca de
extrañeza.
Legolas
suspiró con las palabras de Tauriel. La Elfa solía tener razón en muchas cosas,
y Hithmîr era una de ellas. Correspondió a la sonrisa, para fijar la vista de
nuevo en su hermano, que conversaba con la invitada de Lórien unas mesas más
lejos; no se fiaba completamente de que su hermano no terminase armando alguna
de las suyas. Y si bastante poco le gustaba a Legolas tener que llamar la
atención, mucho menos si era por un asunto estúpido como la rabieta de Hithmîr.
Se tensó en ese mismo instante, rogando internamente a Eru que le cerrase la
boca a Hithmîr para que no comenzase con sus insultos y su falta de respeto
hacia todo lo ajeno al Bosque Negro.
─Sabes
perfectamente que conmigo puedes hablar con libertad, Tauriel, no soy mi padre
para que debas guardar tanto respeto. ─Le dedicó una sonrisa
cálida, había crecido juntos, era casi como una hermana más. Señaló con
discreción hacia el grupo en el que se encontraban Lúthien y Hithmîr ─No
estoy demasiado seguro de si debería interrumpir. ─Se
cruzó de brazos, incómodo tan solo de pensar en el ambiente tan desagradable
que podría formarse si su hermano saltaba con alguna de sus tonterías. ─Quizá
debería hablar con los reyes sobre la actitud de Hithmîr. Sé cómo es mi padre,
cuánto le gusta su bosque y sus fronteras, y lo poco que aprecia las cosas que
vengan de fuera, pero es suficientemente inteligente para saber comportarse con
diplomacia, y si mi hermano no aprende, tendremos problemas.
Quizá
había hablado demasiado ante Tauriel, pero por otro lado, era a sus ojos parte de su
familia, y su apoyo en muchas de las aventuras y partidas contra las arañas.
El ambiente en el grupito donde estaban la invitada de los
señores Celeborn y Galadriel y su hermano emanaba un aura oscura que a Legolas
no le dio buena espina. Vio de refilón cómo Hithmîr se deshacía en sonrisas.
Frunció levemente el ceño, sin saber si era una buena señal y el hijo menor de
Thranduil pensaba comportarse y firmar una especie de tregua con la invitada o
a saber. Era demasiado parecido a su padre, al menos en carácter, y eso
preocupaba a Legolas. Huraño y muy suyo, el príncipe del Bosque a pesar de todo
quería a su padre tal como era, y obedecería siempre sus órdenes, fueran cuales
fuesen, sin rechistar, pero su hermano era aún peor. Más cerrado, siempre
enterrado entre cuentas y libros, sin aceptar nada que fuese del exterior del
Bosque Negro.
Cuando vio a
ambos salir de los salones, el Elfo se tensó, pero decidió dar una oportunidad
a su hermano de redimirse, y estaba seguro que no se atrevería a amenazar a una
dama, por muy remilgado y huraño que fuese. Le dedicó una sonrisa a
Tauriel, cogiéndola con suavidad del codo mientras señalaba con la cabeza el
centro de la sala.
─Voy a suponer que me
concedes este baile. ─Con cuidado, cogió la cintura
de Tauriel, mientras comenzaba a seguir el ritmo que marcaban los músicos. ─Bueno, cuéntame qué tal
has estado estos meses, tienes que ponerme al día.
En todo momento, al lado de su amigo, Tauriel observaba al joven Hithmîr
que sin duda tramaba algo, no sabían si bueno o malo, pero Lúthien seguro que
sabría salir de aquella encerrona si la habría.
Sin poder reaccionar, tuvo las manos del príncipe Legolas en su cintura.
Dándose él mismo permiso para bailar con ella, la canción que empezaba a sonar.
Bailar no es que fuese uno de los puntos fuertes de la capitana, y él lo sabía bien y parecía divertirle. Él sabía que no iba a decirle que no, que no iba a dejar plantado a Legolas, era su príncipe, era su fiesta de la Pausa, y no quería molestarlo, bastante había tenido ya con su hermanito.
Bailar no es que fuese uno de los puntos fuertes de la capitana, y él lo sabía bien y parecía divertirle. Él sabía que no iba a decirle que no, que no iba a dejar plantado a Legolas, era su príncipe, era su fiesta de la Pausa, y no quería molestarlo, bastante había tenido ya con su hermanito.
—Sabes que no se me da bien
bailar, Legolas... —nunca le había gustado ser el centro
de atención, y al bailar en el centro del Salón con el protagonista de la
Pausa, era convertirse en el centro de todas las miradas.—Bien, mellon. He tenido la
oportunidad de tener varias y largas conversaciones personalmente con la Dama
Galadriel y su esposo. La dama Seregwen fue la que hizo de guía durante mi
estancia en Loth’Lórien. Es muy buena luchadora. ¿Sabes que pelea con lanza? También los hijos de Elrond, el Medio Elfo, vinieron en ocasiones. No ha sido muy distinta
la estancia allí con respecto al Bosque Negro... ¿Y tú? ¿Qué has hecho en mi
ausencia?
—Conque Seregwen, ¿eh?—murmuró Legolas, alzando una
ceja, pues el epessë (sobrenombre) de Lúthien había captado su
atención.— Háblame de ella, Tauriel.
La música continuaba, mientras el príncipe del Bosque Negro hacía que su
compañera girase al son de las notas, de la misma manera en que otras parejas
bailaban. Escuchó a Tauriel con atención, sin perderse una de las palabras,
pero al percibir el tono respetuoso frunció el ceño, si bien no de manera excesivamente
severa, sí con cierta molestia. Tantos siglos a su lado y la que era como otra
hermana para él seguía utilizando el tono formal. Dejó escapar un suspiro,
mirando largamente a los ojos de Tauriel.
—¿Cuántas veces tengo que
repetirte que dejes el tono formal a un lado? Al menos cuando no tenemos que
tratar con mi padre o mi madre. No soy Thranduil, Tauriel, creo que hemos
pasado suficientes cosas juntos para semejantes cortesías. ─Con
suavidad, y notando que la canción estaba en sus últimas, Legolas cogió a su
compañera por el brazo, evitando que aquel suplicio terminase para ella. Había
decidido volver con el resto de invitados, cuando cambió de idea de repente.
Había pasado demasiado tiempo desde la última vez que habían podido disfrutar
de un paseo tranquilo, sin más obligación que la de ponerse al día mutuamente,
y aquella noche era una tan buena como cualquiera. Así él, que ya había
saludado a todos los invitados no tendría que continuar con charlas y sonrisas
de cortesía, algo que prefería evitar siempre a toda costa. ─He estado bien, encargándome de las
fronteras principalmente, aunque notaba tu ausencia.
Dejó la sala atrás, y de repente la música quedó amortiguada, siendo
sustituida por el canto de los grillos y las velas y las antorchas por las
Luces de Elbereth.
Si había en la Tierra Media un lugar valioso y al que le dolería
renunciar, era su hogar. Había vuelto el rostro hacia la mujer Elfa para
preguntarle cualquier otra cosa sobre Lórien y sus señores, cuando unos pasos
apresurados llamaron su atención. Como un resorte, vio la túnica de Hithmîr
pasar, rumbo a los salones. Dedicó a Tauriel una mirada interrogativa, sin
saber qué hacer.
—¿Has visto eso?—La voz de Legolas sonó más
bien preocupada.
—Creo que es Hithmîr.—repuso Tauriel,
echando un vistazo rápido.
Ambos
amigos volvieron a intercambiar una mirada de inquietud. ¿Qué demonios habría
ocurrido para que saliese huyendo tan despavorido? Y la pregunta más importante
de todas… ¿Dónde estaba Lúthien?