IV. Música en el corazón del Bosque Negro (III)
¿Qué
había hecho?
Elbereth hermosa… ¿qué había hecho?
¡¿Qué le pasaba?!
A una mestiza Avar… por Yavana y Oromë
¿qué espíritu malvado de Arda le había impulsado a hacer aquello?
La primera vez que daba un beso y… oh, por
la gracia de Nienna, qué nadie lo hubiera visto y que esa elfa de nombre
demasiado grande se lo quedase callado. Ohh… si estaba claro que lo iba a
divulgar… había ido al Bosque Negro buscando el favor de Legolas y había
encontrado la simpatía de este y un beso lujurioso de su hermano. Tan sabroso
cotilleo recorrería la Corte antes de que el diera con una plausible
explicación.
Y hablando de “dar con”, era la tercera
persona con la que Hithmîr se chocaba en su confuso caminar al otro lado del
Salón.
Con una profunda inspiración, se llamó a sí mismo al
orden y cerró los ojos para tranquilizarse. Notaba la cara arder y el picor de
un beso demasiado largo en los labios. Sin querer pensar que después de la Dama
Colnneth y de la Orfebre Thossel, la Avar Lúthien era la tercera elfa con
quien abrazaba sus labios, sacudió la cabeza y observó la sala.
Su ada y
su nana bailaban juntos una pieza rápida y señorial en mitad del
parqué, dejando que sus telas de colores complementarios se mezclaran creando
nuevos tonos al confundirse los tules. Junto a ellos, el Caballero Nimfaston
había sacado a bailar a la Dama Aelinniel y Hithmîr envidió, aunque los
detestaba, la pareja tan bien avenida que formaban (pese al horripilante
vestido de ella y las extrañas botas de él, en las que antes no había reparado);
estaba, en general, bastante concurrida la zona de baile, pero entre los elfos
de los márgenes no podía encontrar ni a su hermano ni a Tauriel.
Nervioso, creyendo que
quedarse quieto no era lo más inteligente si quería huir de las habladurías
cuando comenzaran, se dirigió sin dilación hacia la portezuela que daba acceso
a las escalerillas y directamente a la parte interior del laberinto.
¿Cómo podía haber besado a
aquella mestiza?
Que Elbereth le devolviera la
cordura tras permitirle un momento así de locura casi demostraba maldad de su
parte o el carácter divertido de Tulkas…
— ¡Legolas! ¡Tauriel! —gritó
sorprendido, cuando los alcanzó, hablando en un recoveco.
La tranquilidad les duró más bien poco, porque apenas unos segundos después
de ver correr hacia los salones al príncipe menor sin que ni siquiera les diese
tiempo a saludar o a que los viese a ambos, Hithmîr retornó sobre sus pasos. Con
aspecto alterado y las mejillas sonrojadas, Hithmîr comenzó a zarandearles,
como si de un loco se tratase, y a decir insensateces casi ininteligibles. Legolas, al igual que Hithmîr,
sentía un especial cariño por el jardín de Nostariel, y el olor de las rosas
azules lo recibió de nuevo como el cariñoso toque de su madre apaciguando sus
nervios.
Hithmîr se quedó entonces totalmente clavado al suelo, sin poder
mover un solo músculo.
Y después se arrojó sobre ambos y tomándolos por los hombros, hizo el gesto de zarandearlos un poco mientras les decía:
Y después se arrojó sobre ambos y tomándolos por los hombros, hizo el gesto de zarandearlos un poco mientras les decía:
— ¡No sé por qué lo he
hecho, no sé por qué! Por todos los Valar os juro que no sé por qué… —volvió
a boquear, incapaz de decirles nada, pero al final, parpadeó, y les
susurró:— la he besado.
Y se quedó quieto, clavado en su lugar, las manos
extendidas para coger un hombro de cada uno, y la boca medio abierta.
Tauriel no entendía lo qué estaba sucediendo y Hithmîr no dejaba de
gritar.
—Por favor, serénate un poco Hithmîr. ¿Besado? ¿A quién has besado,
mellon nín? ¿Qué ha ocurrido para estar así de alterado?
Pero al ver que Lúthien no estaba esta vez con él, se imaginó
rápidamente que la que seguramente fuese besada por su amigo era la hija de
Haldir, por eso estaba tan nervioso.
Pero sin saber por qué razón, al intuir que era ella, sintió algo de
celos brotar en su interior. ¿Celos? Nunca lo había sentido así hasta ese
momento. ¿Sentiría acaso algo hacia su buen amigo Hithmîr? Dudó extrañada por
aquello, pero intentó no mostrarlo a sus dos acompañantes.
Legolas paseó la mirada de uno a otro, varias veces. ¿Su hermano había
besado a una mestiza? Ay, por las luces de Elberth, eso era algo tan…tan…tenía
ganas de echarse a reír a carcajadas y no parar en toda la noche. ¡Su hermano,
que era tan remilgado con casi todas las cosas, había acabado besando a alguien
a quien detestaba!
Se mordió el labio, manteniéndose así unos instantes en silencio.
Intentaba no reírse, lo intentaba con todas sus fuerzas, pero la situación era
demasiado cómica y demasiado surrealista para no hacerlo.
Sin poder aguantarse ni un instante más, Legolas comenzó a reír a
carcajadas, llevándose una mano al estómago cuando no podía continuar
riendo.
─Ay… ─Y de nuevo se vio
interrumpido por otro ataque de carcajadas. Sin embargo, y aunque no lo
quisiese mostrar abiertamente, se sentía mal por la dama Lúthien; estaba convencido
de que no había sido un trago agradable verse de repente en esa situación con
alguien que la había despreciado hacía unos instantes, pero es que era una
situación tan…graciosa. Intentando serenarse, carraspeó un poco, volviendo a
adoptar la pose seria de siempre, aunque una pequeña sonrisa continuaba
bailando en sus labios. ─Me alegra que te
hayas vuelto más…sociable con nuestra invitada, Hithmîr.
Y se cruzó de brazos, a expensas de que su hermano explicase algo más de
la situación.
Lúthien respiraba agitada mientras dejaba una copa medio vacía sobre el
delicado mantel de seda blanca e hilos de oro que cubría una de las mesas
esculpidas. Su cabeza no dejaba de pensar, una y otra vez, en lo sucedido hacía
apenas diez minutos. Y conforme más pensaba, más aumentaban su enfado y su
incomprensión.
Una vez más, respiró profundamente. Con paso firme se dirigió un instante a sus aposentos, procurando no parecer indiscreta, allí refrescó su rostro con agua fresca, retirando los polvos faciales que ocultaban las finísimas cicatrices que adornaban su rostro. No estaba dispuesta a que la supiesen vulnerable.
Una vez más, respiró profundamente. Con paso firme se dirigió un instante a sus aposentos, procurando no parecer indiscreta, allí refrescó su rostro con agua fresca, retirando los polvos faciales que ocultaban las finísimas cicatrices que adornaban su rostro. No estaba dispuesta a que la supiesen vulnerable.
Más tranquila pero a la vez presa de su ira, retornó al salón de baile con una
sonrisa cordial en sus labios. Decidió ir en busca del príncipe menor, no
estaba dispuesta a dejar que se saliera con la suya. Preguntó a varios
invitados si lo habían visto salir, e incluso buscó con la mirada al príncipe
Legolas y a su amiga Tauriel; mas ninguno de los dos se encontraba en la sala.
Suspiró pesadamente, cuando una mano amiga la hizo volverse.
—Mi señora—sonrió un mayordomo,
que no resultó ser otro que el carcelero Ohtar.—Las personas a quienes buscáis se encuentran en los jardines.
Lúthien le dedicó una amable sonrisa a su interlocutor y enfiló directa
hacia donde le habían indicado. Una voz conocida que retumbaba no demasiado
lejos de donde la hija de Haldir se encontraba le indicó el camino que debía
seguir. Se ocultó entre los recovecos de las paredes, como si se encontrase
tendiendo una emboscada. No quería que la viesen, al menos no todavía. Sigilosa
como un gato, comenzó a acercarse muy lentamente, deseando no ser detectada,
siguiendo la voz que hablaba.
Aguardó unos instantes antes de acercarse. Esta vez, fue la estridente
carcajada del príncipe Legolas la que inundó la galería con una música para
ella agradable. Recogió los mechones de su cabello que habían quedado fuera de
lugar y ajustó de nuevo su vestido. Respiró hondo, muy hondo, y dibujó una
falsa y conciliadora sonrisa en su rostro.
—¡Ah! Así que estáis aquí.—sonrió
exageradamente, pretendiendo ocultar su más que evidente enfado.—Por un momento pensé que os había perdido.
Estos salones son sumamente grandes e intrincados.
Dejó escapar una pequeña risa, que quedó oculta tras el dorso de su mano,
en un vano intento de mostrarse serena, de nuevo un gesto ensayado y falso. Su afilada mirada de jade se clavó en un pálido
Hithmîr, que parecía haber visto un fantasma. Se acercó hasta él, quedando
frente a Legolas y Tauriel, a los cuales les dedicó una forzada sonrisa.
—Alteza, Tauriel.—les dijo,
tronándose los nudillos.—Os pido mi más
sincero perdón por lo que vais a presenciar.
Y se volvió hacia Hithmîr,
sonriendo de forma sádica. No iba a darle tiempo a reaccionar.
—Ésto por maleducado y pretencioso.
Lo último que se escuchó en la sala fue el sonido del dorso de la mano de la galadhrim impactar contra la mejilla del príncipe menor.
Legolas contuvo una nueva carcajada. Tauriel ya le había comentado detalles acerca de la forma de ser de Lúthien, así que aquella venganza, si bien agresiva, no se le antojó exagerada. Aquella situación no había debido de ser sencilla para ella, sola en un lugar que no conocía, con gente a la que en su vida había visto y en una Corte en la que jamás había estado. Lúthien se sacudió el vestido, satisfecha. Menudo tortazo le había sacudido. Una sonrisa de tranquilidad se dibujó en sus labios, dejando caer los brazos suavemente.
Ni
Tauriel ni Hithmîr se esperaban tal reacción. Tauriel dejó escapar una pequeña
risita ante aquella venganza; durante su estancia en Lórien, la Capitana de
Thranduil pudo comprobar con sus propios ojos por qué la llamaron Seregwen. Y
no fue solo por su brutalidad en el combate, sino por su carácter fuerte e
impredecible.
Hithmîr
no vio la tensión en su cuerpo por sus propios nervios, pero sí oyó la rapidez
en sus carcajadas y el destello mortal en sus ojos azules. Tampoco vio el
bofetón que se le avecinaba. Fue seco, duro, inevitable. No dolió, claro,
porque fue demasiado veloz. Ardió. Y dejó entumecida la piel golpeada salvo en
el contorno del impacto de los dedos, ahí el cosquilleo fue casi inmediato.
Fue
gracias a la tensión que lo paralizaba que no llegó a caer vergonzosamente
sobre Legolas, pero la misma parálisis y el susto impidieron que reaccionara
con presteza. Tardó el tiempo necesario para oír exclamaciones y tal vez alguna
frase que no llegó a entender; sin importarle si interrumpía o no a nadie, se
irguió en toda su estatura y dio un paso al frente, engreído. El enfado cayó
sobre él como un manto de agua tibia que le devolvió la confianza.
— ¿Maleducado y pretencioso? —le espetó sin esperar respuesta— Supongo que para una… mestiza —pronunció con desprecio— como tú puede malinterpretar hasta el gesto más…
Tuvo
que detener su diatriba al quedarse sin más explicación que ofrecer. Fue
entonces cuando, movido por la misma parte irreflexiva pero veloz de sí mismo
que un rato antes la había besado, Hithmîr sonrió con verdadera satisfacción y
extendió un brazo hacia atrás. Envolvió con él la cintura esbelta de Tauriel y
tiró de ella para colocarla a su altura. En el mismo movimiento grácil, se giró
y cernió sobre ella, sin detenerse un segundo antes de hacer chocar sus labios
contra os trémulos de su amiga y enredarlos en un brevísimo baile confundido y
asustado.
Con
la misma gracia se alejó, la soltó y recuperó su lugar inicial.
— ¿Ves? Una simple costumbre del Bosque Negro —mordió las palabras—. No veas lo que no hay. La dama Colneth y la dama Aelinniel podrían tildarte de pretenciosa.
Feliz por sus palabras y nervioso por sus actos, se forzó a quedarse quieto, allí plantado, y esperar que su hermano y Tauriel no lo hundieran en la más absoluta de las miserias. Por lo menos no mientras él estuviera allí y fuera tan vulnerable.
Y notaba la mejilla enrojecer.
— ¿Ves? Una simple costumbre del Bosque Negro —mordió las palabras—. No veas lo que no hay. La dama Colneth y la dama Aelinniel podrían tildarte de pretenciosa.
Feliz por sus palabras y nervioso por sus actos, se forzó a quedarse quieto, allí plantado, y esperar que su hermano y Tauriel no lo hundieran en la más absoluta de las miserias. Por lo menos no mientras él estuviera allí y fuera tan vulnerable.
Y notaba la mejilla enrojecer.
Tauriel
no supo cómo reaccionar. En un descuido,
Hithmîr la agarró de la cintura y le dio un beso en los labios.
Fue
un beso muy rápido, pero aún así Tauriel se quedó sin habla, ¿por qué había
hecho eso su mejor amigo? ¿Por qué la había utilizado para calmar a Lúthien de
esa forma? Era su primer beso, le había gustado, pero aún así, se lo había
robado para hacer callar a Lúthien.
Terminado
el beso, Tauriel no pudo hablar. Estaba muy confusa por lo que acababa de
suceder. Solo miraba extrañada a los allí presentes, mientras Legolas mostraba
un gesto de evidente rechazo ante aquella situación.
No. A Legolas no le gustaba lo que acababa de ocurrir, ya no sólo por
la muestra de violencia, sino porque todo cuanto estaba ocurriendo a su
alrededor se había vuelto extraño e incomprensible. Visiblemente incomodado y
sin querer hacerse cargo de la situación ni verse inmiscuido, se alejó un par
de pasos, sacudiendo la cabeza y haciendo unos cuantos aspavientos con las
manos.
—Lo siento, pero yo me voy. No
alcanzo a entender cómo se ha producido ésta situación y, francamente, no
quiero saberlo.—La voz del Príncipe Heredero sonó tensa, afilada, imposible
de replicar.— Me retiraré hasta que
arregléis… lo que quiera que tengáis que arreglar. A ser posible,
pacíficamente. —y enfatizó ese “pacíficamente” dedicando afiladas miradas a
sus tres acompañantes.—Resolved esto sin
armar jaleo. No creo que nadie quiera que llegue a oídos del rey.
Y los tres se quedaron a solas.
Tauriel no sabía que hacer, si pegarle también una bofetada o
decirle cuatro cositas para ponerlo en su lugar, mientras una extrañadísima
Lúthien colocaba los brazos en jarras. Hithmîr había besado a Tauriel, pero
¿por qué? Qué costumbre más rara. Dirigió una fugaz mirada a Tauriel, cuyos
ojos verdes reflejaban una mezcla de desconcierto y no sabía qué más; después,
miró a Hithmîr, cuya sonrisa forzada le atacaba los nervios. Y en último lugar,
miró a Legolas, con ligera vergüenza. No debía haberlo hecho, aunque no le
había quedado más opción.
Los
labios le picaban después de haber besado a Tauriel y los bazos cruzados sobre
el pecho sólo hacían que notara doblemente el latido rápido de su corazón. En
la mejilla, los dedos y la palma de la elfa también se hacían sentir.
Colocado entre su hermano y su mejor amiga, observó desafiante a la mestiza desde su posición privilegiada y… y Legolas se había ido.
Colocado entre su hermano y su mejor amiga, observó desafiante a la mestiza desde su posición privilegiada y… y Legolas se había ido.
Pero
qué traidor estaba hecho.
Si
Hithmîr hubiera sido entrenado en las artes de la guerra como su hermano o la
propia Tauriel… sí, tal vez entonces habría entendido el peligro y la belleza
de una huida a tiempo. Sí. Tal vez.
En
cambio, miró a su amiga desde su privilegiada altura con toda la intención
marcada en el rostro. “Tauriel, hazme caso, no me vendas como Legolas” decían
sus cejas alzadas.
—Hith-mîr...
¡desaparece de mi vista ahora mismo! —dijo Tauriel sin pensar y
empezando a enfadarse.
—Definitivamente.—comentó Lúthien tras un momento de silencio, al tiempo que daba ligeros toques con el índice de su mano derecha a la sien.—En este bosque están todos locos.
— No deberíais burlaros así de las tradiciones ancestrales de un pueblo. Aunque una… mestiza como vos no pueda entender el valor de ser un pueblo y de mantener sus costumbres —le dijo Hithmîr a Lúthien, ufano.
Había, de todas maneras, una tensión peligrosa en aquél recoveco. Tauriel tenía el rostro pálido y Hithmîr esperaba que no hubiera tomado el beso por algo más de lo que había sido. Total, era sólo un toque fortuito, no más íntimo que un abrazo abierto cuando se comparte montura ¿verdad? La emisaria de Laurelindórenan también estaba ligeramente pálida, aunque… tenía los ojos rojos si se la miraba atentamente.
Y pudo sentir las miradas de ambas elfas clavándose en su pecho
como si de mil afiladas saetas se tratase. Sorprendido al entender lo que
aquello significaba, Hithmîr descruzó los brazos y la boca se le abrió
ligeramente. Retrocedió apenas un paso y entonces comprendió que estaba solo,
en la penumbra y acompañado por dos guerras élficas a las que había besado sin
su consentimiento; ambas conscientes del beso de la otra y amigas entre ellas.
Tauriel seguía mirándolo con una cara entre el enfado y la confusión. Al ver que el príncipe Hithmîr no se alejaba como ella esperaba. Cogió del brazo firme pero sin apretarla y se llevó a Lúthien hasta un banco en el jardín, alejándose de Hithmîr.
—Vayámonos, Lúthien. Nos vendrá bien algo de paz y tranquilidad.
Necesitaba tranquilizarse, y ver al príncipe menor ahora mismo era lo que más nerviosa y confusa la ponía, sin llegar a descartar incluso un segundo tortazo. Lúthien siguió a Tauriel completamente avergonzada. ¡La que se había preparado en un instante! En aquel momento, no estaba cómoda. No entendía bien lo que estaba sucediendo; se sentía perdida, tal vez desorientada. Y no sabía qué decir o qué hacer. De modo que optó por detenerse en aquél momento y mirar a Tauriel a la cara.
—Tauriel, yo…—musitó
la galadhrim, presa de la vergüenza y la confusión. —Puedo explicarlo…
—No hay nada que explicar, ya sé lo que ha sucedido. Os marchasteis del
salón de baile solos y acto seguido me decís que Hithmîr te ha besado y tú lo
has agredido delante del príncipe Legolas y mío —estaba
furiosa y confusa—Y lo peor es que me habéis metido en medio y Legolas se marcha. Entre todos
le hemos arruinado la fiesta… Y, y os habéis besado... —no
sabía por qué había repetido aquello. Pero se sentía ofendida por ese hecho más
que por otra cosa.
—¿Crees que quería que esto sucediera?—respondió
Lúthien con la voz tensa, apretando
los puños. No le gustaba aquella situación, nada en absoluto. Haciendo acopio
de valor, volvió a mirar a Tauriel salvaguardando las distancias.—¿Realmente
piensas que me he llevado al príncipe menor a traición? ¡Por todos los Valar,
Tauriel, es insoportable!
No se atrevió a hablar más. Durante un momento, se detuvo a analizar la situación: Legolas había salido, atosigado por tal panorama. Hithmîr las había besado a ella y a su amiga con apenas unos minutos de diferencia. Y Tauriel estaba... ¿celosa? ¿Por qué? ¿Acaso ella...? No. No podía ser. ¿O sí? Tampoco estaba segura. No quería meter más leña al fuego, de modo que intentó calmarse antes de continuar con sus intentos de hacerla entrar en razón.
—Hithmîr me llevó a los jardines para tratar de sonsacarme algo, no sé el
qué exactamente.—le explicó, pausada y con voz
nerviosa; bajo la falda del vestido se percibía el gesto nervioso de sus piernas—Y la cosa se fue de las manos.
Discutí con él muy acaloradamente. Pero no le besé. ¡Ni
siquiera me acerqué a él!
—Ya sé que no le besaste, Lúthien.—repuso Tauriel, aún molesta. Estaba
muy tensa por lo sucedido, y sabía bien que Lúthien no había provocado ninguna
situación para que Hithmîr terminase besándola. Sabía que ella era una elfa con
las cosas muy claras, que era guerrera y leal y que nunca se metería en una
cosa así si podía evitarlo. Ninguna era culpable de lo sucedido, ni la mestiza,
ni ella. Solo Hithmîr. Su manía por las cosas distintas había llegado demasiado
lejos esta vez.— Sé que lo hizo él, pero no
puedo llegar a entender el por qué, ¿entiendes? Por qué te ha besado a ti, y
luego me ha besado a mí...
Nunca le había gustado discutir con nadie, y menos con alguien que consideraba amiga y de temas de este tipo. Si hubiese sido de estrategias defensivas u ofensivas o de combates y batallas hubiese sido mucho más fácil para ella. Pero esto se le escapaba de las manos. Hithmîr... no podía dejar de pensar en él, en si detrás de todo esto había algún por qué argumentado.
—¿Dices que te llevó porque quería sonsacarte algo? —por
si no estaba ya bastante confundida, aquello terminó por descolocarla del
todo.
—Así es...—suspiró Lúthien, pasándose una mano por el rostro.—Al acabar el baile con el príncipe Legolas, me distancié para beber algo, y en ese momento coincidí con tres conocidos...La dama Colneth, Aelinniel y su prometido, Nimfaston creo que se llamaba.—se llevó una mano al mentón, pensativa.—Creo que se vio amenazado por algo, ya que mantuve una breve conversación con ellos antes de que él apareciese.
Acto seguido, reparó en el deje de tristeza de su amiga. ¿Por qué estaba tan afligida? Era evidente que la duda había brotado entre ellas, así como los más oscuros sentimientos e instintos. Se sentó en el banco, con la espalda erguida y los hombros relajados. Los nervios comenzaban a disiparse, ya podían hablar con franqueza y sinceridad.
Tauriel miró a su amiga con una expresión de tristeza reflejada en su rostro.
—Sí, los conozco. La dama Colneth muchas veces ha intentado lograr tener una relación más íntima con Hithmîr, aunque él le dice cuatro cosas bonitas y la esquiva constantemente. El príncipe Hithmîr es muy tiquismiquis hacía las cosas que le son extrañas o diferentes, desde que era un infante —no sabía bien por qué lo defendía, aunque sentía que debía hacerlo.—Pero, de ahí a comportarse así...
— Yo tampoco entiendo por qué lo hizo... Y cuanto más intento encontrarle una razón, menos lo entiendo.
Algo cambió
entre las dos. En un fugaz instante, la tensión se había acrecentado. Lúthien
había cometido el estúpido error de rozarse los labios con las yemas de los
dedos, un gesto que aparecía en ella en una extremo nerviosismo que, en tal
contexto, podría (y casi seguro que lo sería) ser malinterpretado.
Tauriel vio como Lúthien se tocó sus rojos labios con dos dedos. ¿Acaso le había gustado aquel beso? El silencio volvió a ocupar todo aquel hermoso jardín. Parecía que ninguna iba a reaccionar ante aquello. Pero Tauriel no podía evitar preguntarle para que su amiga fuese sincera con ella acerca del tema del beso, al ver aquella reacción.
—Dime la verdad, ¿te gustó el beso, Lúthien?
Horror. Pregunta trampa. Lúthien palideció de
súbito perdiendo casi por completo el ya poco color que conservaba en su piel.
—Pero
qué dices, Tauriel.—Lúthien agitó la mano, mostrando una mueca de
desagrado.— Ni siquiera me cae bien.
Estaba dándole vueltas a otra cosa…
Sus glaucos ojos se abrieron como platos. Si Tauriel había preguntado aquello, era
por una razón. Y una buena razón. Una idea cruzó su mente como un relámpago:
¿acaso a su amiga sí le había gustado?
— Espera un segundo... —dijo con
una mezcla de curiosidad y jocosidad.—Tauriel...
¿te ha gustado el beso que te ha robado Hithmîr?
Durante
un momento aguardó la respuesta de su amiga, con una extraña sonrisa radiando
su rostro.
Esa
pregunta hizo botar a Tauriel desde su asiento. No se esperaba esa pregunta y
realmente no sabía si estaba segura de si quería saber la respuesta. Sin
embargo, Tauriel suspiró y miró a su amiga directamente a los ojos.
— No te voy a mentir... Sí, me gustó. Cuando Hithmîr
llegó diciendo que te había besado, una pizca de celos empezaron a surgir de mi
interior. No sé por qué razón, la verdad... —se giró alejándose un
poco de la hija de Haldir, mirando a todo su alrededor— Para mí Hithmîr ha sido
como un hermano, sus padres, los reyes de este hermoso lugar, me acogieron
siendo una niña cuando mis padres murieron. Así que no comprendo bien lo que
siento ahora en mi interior...
Lúthien escuchaba con atención a todo lo que decía
Tauriel, deteniéndose un instante a ponerse en el lugar de su amiga; seguramente
lo estaba pasando muy mal con todo aquél asunto. Dejó caer los brazos y se
acercó hasta ella, esta vez, con el semblante serio. Se arrodilló frente a ella
y la tomó de las manos, sin dejar en ningún momento de escucharla.
—Bueno, está claro que si el beso te gustó, fue por algo más que amistad o fraternidad.—sonrió Lúthien, tratando de aportar un punto de luz sobre el torrente de pensamientos de su amiga.—Ten en cuenta que, como bien me dices, habéis pasado vuestra infancia juntos... Y eso en tiempo de los eldar son muchísimos años... Es normal que algunos sentimientos afloren.
En ese momento, Lúthien se acordó de su hermano mediano y de aquella historia con Eáramë, la hija de uno de los comerciantes de Lórien, con quien él había pasado toda su infancia. Le había explicado que al estar cerca de una persona durante mucho tiempo, los vínculos se desarrollaban, no sólo los de amistad. Entonces, Lúthien asoció este caso a la situación de su hermano sin saber muy bien de qué hablar.
—Cuando era pequeña, mi hermano solía decirme que, al pasar mucho tiempo con una persona, experimentabas sentimientos hacia ella; apego, cariño... incluso amor.—se rascó la nuca, indecisa.—Yo no sé mucho de esto, pero sí sé que no tienes que temer a lo que sea que sientas por el príncipe.
Tauriel, por su parte, intercambió una mirada con su amiga, al tiempo que se ponía en pie, con una tenue sonrisa en sus labios.
—¿Y tú, Lúthien?—inquirió después de un momento de silencio.—¿En qué estabas pensando?
Lúthien sacudió la cabeza, agitando su melena castaña; durante un instante estuvo tentada de responder que estaba pensando en Legolas, mas no lo hizo. Aunque aquel príncipe de ojos misteriosos y sonrisa cautivadora sin duda había hecho mella en ella, no quería hablar de él. Porque el amor no era para ella. Todavía no. Y… porque no le caía demasiado bien. Demasiado correcto, demasiado afable. Algo debía esconder, o al menos eso era lo que la conciencia le decía.
—Pensaba en lo que había dicho la dama Aelinniel. Y en cómo se las gasta cierto príncipe para salirse con la suya…—repuso, sonriente.— Cada vez que lo pienso, me dan ganas de retorcerle el pescuezo como a un pollo.
Tauriel dejó escapar una pequeña carcajada, dando a
entender que pensaba como ella. Se enganchó al brazo de Lúthien y juntas
echaron a andar allende los intrincados pasillos de madera pulida.
—Oye, mellon.—dijo Lúthien.—¿Y si nos vamos al Salón de Baile a comer algo? Estoy segura de que aún quedan tartaletas de queso y miel por ahí huérfanas.
—Me parece una buena idea.
Y ambas amigas se introdujeron de nuevo en el Salón que, horas antes, había albergado tan hermosa fiesta.
Legolas había llegado a su habitación algo ofuscado,
para darse cuenta de que, en verdad, todo aquel entuerto poco tenía que ver con
él. Había sido su hermano el que se había metido en un berenjenal
–probablemente merecido- Y Hithmîr ya era mayorcito para arreglar sus propios
problemas. Al menos los que no tuviesen que ver con arañas y otras criaturas
horripilantes.
Con un suspiro, se quitó la túnica de gala,
volviendo a sus ropajes usuales de color castaño y verde. Estaba más cómodo así, y de
alguna manera, la fiesta había terminado para él. Una vez vestido de nuevo con
los colores de siempre, el príncipe salió de nuevo, con cuidado de no llamar
demasiado la atención.
Todavía había gente en los salones, aunque la música
ahora era menos animada, y no llamaba a bailar a los Elfos. Con una rápida
mirada, descubrió por el lugar a la invitada de Lórien junto a Tauriel.
Suspiró, quizá tuviese que arreglar los platos rotos de su hermano aún sin
quererlo. Con una pequeña sonrisa de disculpa, se acercó a ellas.
─Espero no molestar
demasiado. ─Comenzó, observando la sala y buscando en
ella a Hithmîr ─Y espero de la misma
manera no haberos ofendido a ninguna con mi comportamiento anterior. Y además ─Cerró
los ojos con gesto levemente molesto, que duró solo un segundo ─Espero también que mi
hermano no haya seguido ofendiendo a ninguna de las dos.
Aquella voz conocida hizo que ambas amigas se dieran la vuelta con una sincronización cuasi perfecta. Legolas estaba tras ellas, mirándolas con cierta vergüenza.
—No debes disculparte, Legolas.—sonrió Tauriel, inclinando levemente la cabeza.— Ha sido tu hermano menor el que ha causado todo este mal estar en tu fiesta. Y la verdad es que esta vez, esto no debe quedar así. Su comportamiento ha sido inexcusable.
Lúthien,
evitando mirar al príncipe -más por la vergüenza de sus acciones que por otra
razón- se acercó un paso y, sin apartar la vista del suelo, se dirigió a él con
un susurro:
—Alteza... Yo...—titubeó. Hizo una brevísima pausa antes de inspirar profundamente y, haciendo acopio de valor, alzar la cabeza para mirar al príncipe cara a cara, temiendo los nervios.—En parte esto también es culpa mía. Ruego por favor perdonéis mi inoportuno comportamiento... Así como de contribuir a arruinar vuestra celebración.
Ante aquella disculpa, Legolas avanzó un par de pasos hacia la mestiza de cabello castaño, negando con la cabeza sin perder la sonrisa, acaso tomándose la libertad de cogerla de la mano.
— No habéis de disculparos, mi señora. Sé el carácter que mi hermano es capaz de gastar, y necesita una pequeña cura de humildad.—comentó con suavidad, al tiempo que cruzaba los brazos sobre su pecho un tanto divertido con la situación. Si su hermano aprendía la lección, bienvenida sería de nuevo tantas veces como quisiera.—En cuanto a la celebración… Por favor, no os disculpéis. Las fiestas no me entusiasman mucho. Demasiada gente, demasiados murmullos. No disfruto siendo la comidilla de la gente.
Aquella idílica situación no duró demasiado.
Hithmîr había hecho su aparición después de horas de retiro. Pues el príncipe
menor se había refugiado en el amparo de las rosas y el calor de las lámparas
de roca, para después escabullirse entre las rosadas telas de Colneth, sumido
en odiosos pensamientos hacia Lúthien, Tauriel y, cómo no, su hermano mayor, a
quien en ese momento odiaba más que a nadie. ¿Cómo podía haberle abandonado en
aquella situación?
A su llegada, no pudo evitar comparar
físicamente a ambas amigas; Tauriel era más alta y espigada que la mestiza,
pero ella tenía en su cuerpo las formas voluptuosas y atractivas que Tauriel no
había llegado a desarrollar del todo. La mestiza vestía de blanco impoluto y la
cascada de telas daba un aspecto pesado pero muy suave a su vestido, su amiga,
por el contrario, lucía plata en las telas y era recta, poderosa y simple.
Parecían, a fin de cuentas, lo que realmente eran.
Parecían, a fin de cuentas, lo que realmente eran.
El malhumor tomó de nuevo forma en él y con
el ceño fruncido y la mirada altiva atravesó el Salón y se plantó a la espalda
de su hermano.
— Buenas
noches a todos otra vez —les espetó. Cuando se giraron a mirarlo, alzó
la barbilla y continuó—. Supongo que
no esperabais que siguiera aquí e interrumpiera vuestra reunión se-cre-ta ¿verdad?
Legolas fue el primero en volverse hacia su
hermano, con gesto aburrido.
─Sí,
Hithmîr, has arruinado nuestro plan de venganza, que es robarte todos los
bollitos durante el siguiente siglo. ─Puso de nuevo los ojos en blanco,
suspirando con pesar. ─No tienes remedio. ─Miró
entonces a Tauriel y a Lúthien, con la disculpa tiñendo sus ojos azulados.
Hithmîr les dedicó miradas de reproche a
Tauriel y Legolas; a Lúthien, no obstante, le mostró una mueca envalentonada.
— ¿Planeando ya vuestro siguiente viaje? No puedes irte esta noche —le
dijo con aire sabiondo a Legolas—, mañana
todavía hay un banquete en tu honor… ¡y tú —espetó a Tauriel— para haberme echado tanto de menos bien que
te has buscado a una amiga indeseable! Pienso votar en contra de este viaje en
el Consejo. Si os vais —les advirtió— será considerado desacato al reino.
—Vota
negativamente cuanto gustes, yo obedezco las órdenes de tu padre, que por si lo
has olvidado es el rey de este lugar, y no le agradaría nada conocer lo que ha
sucedido esta noche.— Tauriel sonó desafiante, harta como estaba de tan
indeseable comportamiento.
Silencio sepulcral. Un silencio eterno y
frío, palpable como si fuera una tela. Legolas agitó la cabeza, retirándose con
una reverencia y disculpándose ante los demás, dejando a Tauriel y Lúthien una
vez más a solas con su hermano.
Hithmîr tomó a Tauriel por un brazo,
dedicándole una mirada de triunfo a una Lúthien que irradiaba cólera con cada
poro de su ser. Un nuevo insulto salió de sus labios, taladrando a Lúthien como
una cuchilla afilada.
—Pienso
informar de esto a mis señores, ¡y dad por sentado que a mi padre también!—espetó
Lúthien, encarándose al príncipe.— A no
ser que os disculpéis. Con todos nosotros, incluido vuestro hermano.
Aquello perforó el corazón de Hithmîr,
envalentonándole, colocándose a escasos centímetros de la galadhrim.
— No
me disculparé. Por tratar de salvar. A mi hermano y. A mi amiga. De. Ti. Ja.
Más. Mestiza Advenediza.
Intentó refugiarse en Tauriel, en vano, pues
ella le repudió apartando el brazo y dedicándole una mirada de odio. Una vez
más, miró a Lúthien a los ojos y la señaló con el dedo.
— Eres una maldición de Melkor.
Si las miradas hubiesen matado, Hithmîr
habría muerto siete veces. Acortando la distancia que los separaba, con cientos
de chispas centelleando en su mirada glauca, Lúthien tensó la mandíbula y apretó los puños sin perder de
vista al príncipe menor.
—Y tú
la vergüenza de los Valar. Eru jamás debería haberte concedido la vida.
Y Hithmîr huyó despavorido. Con los puños
apretados de rabia, los ojos inundados de lágrimas y las palabras atragantadas
en sus cuerdas vocales. Y si aquella noche lloró en la oscuridad, escondido
bajo la cama, nadie lo supo jamás.
Ambas amigas volvieron a quedar solas.
Tauriel invitó a Lúthien a terminar la fiesta en los salones, a lo que ella se
negó. Se despidió de su amiga, que se retiró hacia sus aposentos y ella salió
en busca de la brisa fresca.
Comenzaba a amanecer.
Después de un momento de soledad y paz
interna, Lúthien tomó un plato y lo llenó con dulces. Con paso ligero volvió
hacia la cámara en la que se alojaba con su familia.
La estampa que se abrió ante sus ojos,
bucólica y hermosa, provocó una sonrisa en la indómita galadhrim. Neithän roncaba a pierna suelta desparramado sobre un improvisado lecho de cojines que, dedujo, había colocado tras desistir de meterse en la cama. Haldir, no
obstante, se había despertado hacía escasos minutos. Sin ser muy dueño de sí, aún presa del alcohol y la fiesta,
saludó a su hija antes de arropar a su hijo con una manta.
Lúthien dejó el plato de dulces sobre la mesa
para después quitarse aquellos zapatos de cuero y sentir el frío del
suelo sobre sus pies descalzos, tomando asiento junto a la mesa.
—¿Qué
tal ha ido, iellig?—inquirió Haldir, conteniendo un bostezo.
—¿Te puedo
pedir una cosa, ada?—repuso ella con una sonrisa.
—Lo que
quieras, hojita mía.
—La
próxima vez, trae a Händir. Me da igual que Celeborn lo necesite.
Y se rio con dulzura. Haldir compartió
aquella carcajada al tiempo que tomaba uno de los pastelillos de cereza.
—¿Tan
malo ha sido?—sonrió, dando un pequeño mordisco.
—Demasiado
para una sola noche.—Lúthien tomó un trozo de fruta, sin dejar de mirar a
su padre.— Aún queda el banquete del mediodía. Por favor, no me dejes sola.
Haldir acarició el rostro de su hija con
mimo. Durante un segundo, compartieron un improvisado desayuno, antes de que el
Centinela enviase a su hija a dormir, pues su rostro denotaba un cansancio más
emocional que físico.
—Sabes que volverán a enviarte como Embajadora en sustitución de tu hermano, ¿verdad?—comentó con tono burlón.
—Entonces me cortaré las piernas para no poder moverme.—rio tranquila.
—No me
cabe duda.—sonrió Haldir, sacudiendo la cabeza.
Finalmente, el Capitán acompañó a su hija
hasta la cama donde la luz del sol no podía llegar, dejándola a
solas con sus pensamientos.
Después de que Haldir cerrase la puerta de la alcoba y dejase a sus hijos en ella, Lúthien se deshizo de
sus elegantes ropajes y se metió en su lecho, agotada y ligeramente confusa. No
obstante, algo cambió totalmente su expresión; la imagen del príncipe Legolas
se alzó ante sus ojos como una luz entre las sombras, apaciguando su corazón y
sus ánimos. Cómo y por qué aquella escena bailando con él se había aparecido en
ese momento era algo que desconocía, pero que agradecía sobremanera. La música,
la pista, la danza... Imágenes nítidas corriendo por su cabeza, poco a poco
induciéndola en profundo y reparador sueño. En dos días volvería a su hogar,
con su familia. En dos días, todo cuanto hubiera sucedido aquella noche se
grabaría a fuego en su corazón, y ella lo sabía.
Pero lo que Lúthien no alcanzaría nunca a imaginar era el
profundo amor que acabaría sintiendo por cada uno de los recovecos de aquellos
Salones, del abrazo de los árboles. Aunque esa es una historia que aún está por
contar.