Carnil, " Destello Escarlata ". [1409 T.E.]
[Lothlórien. Algún momento del año 1409 T.E. Semanas previas a la primera contienda en Angmar, habiendo finalizado el segundo asedio a la ciudad de Imladris-Rivendel]
Sus orbes de jadeíta se perdían en la
inmensidad de la noche. Recostada contra la jamba del arco que daba acceso al
balcón el distribuidor, contemplaba el fulgor místico que emanaban las hojas
áureas de los mellyrn mecidas por la misma brisa que acariciaba su rizada y
castaña cabellera al tiempo que abrazaba su cuerpo envuelto en una túnica
clara. De la nariz exhaló un pesado suspiro, cruzando los brazos con lentitud
sobre los senos. Un centenar de preguntas se agolpaban en su mente turbada.
Cuánto había cambiado todo en apenas trescientos años...
Los hijos, que habían perdido el pilar que supone una madre; el esposo, que no recuperará el calor de su lecho. El hogar, que había silenciado su melodía. Un segundo suspiro que se escapaba por la nariz de aquella joven elfa mestiza, que quería ordenar sus pensamientos para poder dormir. Pensamientos que se vieron interrumpidos por una mano en su hombro y un perfume familiar.
—Ada.[papá]— Lúthien dio un pequeño brinco de sorpresa, volviendo la cabeza con rapidez.—Me has asustado.
Haldir, ataviado con una larga túnica oscura sin mangas, sonreía con tristeza.
— Perdóname, iellig nín[hija mía].—repuso acariciando el hombro de su hija menor.—No lo pretendía.
Lúthien sintió las mejillas calentarse de vergüenza. Haldir avanzó unos pasos hacia el exterior de aquel balcón abierto, recostando los codos sobre la baranda de madera argentada. Al igual que su hija, perdió su mirada de azul grisáceo sobre las hojas de los mellyrn. Ella, por su parte, se acercó hasta su padre e imitó su postura, rozando incluso codo con codo.
—¿No puedes dormir, ada?— preguntó con voz suave, pese a que conocía lo evidente de aquella obvia pregunta.
—Veo que tú tampoco.— Haldir giró la cabeza sin que la triste sonrisa ladeada desapareciera de su faz.
Durante un breve instante, se hizo silencio. Un silencio que el propio Haldir decidió romper.
—No estás lista.— concluyó con cansancio en la voz.—Aunque Amroth no quiera entenderlo.
—No eres el único padre a cuyos hijos obligan a ir a la guerra, ada.—replicó la Avar, negando lentamente con la cabeza.
—Ya he perdido a tu madre y estoy a punto de perder a Neithän, Lúthien.—el dolor en las palabras de Haldir era mucho más que evidente y, desde luego, más que reciente. El exilio de su primogénito le pesaba en el corazón tanto como la ausencia de su esposa.— No quiero correr el riesgo de perderte a ti también. No puedo...
Lúthien pasó una mano por el hueco que había formado el brazo doblado de su padre, apoyando la cabeza en el hombro ajeno.
—¿Y qué podemos hacer, eh? Ya has intentado que Amroth te escuche y no lo has conseguido. Tal vez no sea una experta en el combate como tú, pero has visto lo que soy capaz de hacer.
—Esto no es una escaramuza para ahuyentar a los orcos de nuestras lindes, iellig nín.—replicó Haldir.—Es una guerra. Una guerra contra fuerzas que desconocemos o que no somos capaces de doblegar.
—Y nos han metido juntos en ella, ada. Sólo nos queda combatir.
Haldir agachó la cabeza, queriendo contener sus emociones. Inspiró profundamente por la nariz, reteniendo el aire en los pulmones. Bien era cierto que había intentado, por todos los medios, que Amroth no la enviase a la batalla, recurriendo incluso a suplicarle a Thranduil que acogiera a su hija; éste, por no enzarzarse en un conflicto contra el rey de Lórien, se negó. Como también se negó a la petición de Elrond.
—Ojalá no tuviéramos que hacerlo.— repuso con la voz levemente quebrada.
Por segunda vez, el silencio entre padre e hija cortaba tanto como una hoja noldorin. Tras unos segundos que se antojaron eternos, Haldir dejó caer un beso sobre la coronilla de su hija para, acto seguido, tomarla de la mano y guiarla hacia el puente enfrentado al balcón. Cualquiera podría jurar que parecía derrotado.
—Ven conmigo.
Lúthien siguió a su padre, sin comprender.
Al otro lado de aquel balcón se extendía un puente cubierto por una bóveda de
crucería y arquerías apuntadas a los lados que la sostenían, comunicando las
gruesas ramas del árbol sobre la que el flet estaba construido y dividido en
dos estructuras. La primera y más grande, era la vivienda propiamente dicha
(que contaba con varias estancias -como dormitorios y una biblioteca-, cocina,
baños privados y un espacio con hogar a modo de sala de estar), articulada en
torno al tronco central del mallorn, repartiendo sus estancias entre las ramas
de la copa, todo construido con la propia madera del árbol y vidrieras en los
pasillos exteriores, con arcos apuntados levemente deformados y de planta
circular. A ésta estructura se accedía desde una escalera que subía desde el
suelo enroscándose alrededor del tronco del mallorn y concluía en la copa, en
la parte más amplia, dando lugar a un primer pórtico de entrada. A través de un
balcón -que normalmente se orientaba frente al espacio distribuidor de la
vivienda- y un pasillo sin vidrieras, se accedía a una segunda edificación, más
modesta pero también de planta circular, que las familias disponían según sus
necesidades siendo, en este caso, aquel segundo edificio una armería.
De la pared de aquel espacio intemporal, Haldir descolgó una lanza eithron de color escarlata, que le mostró a Lúthien sin atreverse a mirarla. Lúthien desviaba la mirada entre las diversas piezas de la estancia, hasta que ésta se detuvo sobre la factura de aquel arma.
—Yo solía bromear con que tu madre podía ver el futuro.—repuso el elfo viudo cerrando los ojos.—Pues siempre decía que, un día, sólo el campo de batalla podría domar tu carácter. De modo que, su solución fue fundir la lanza con la que había combatido conmigo para forjar esto para ti.
Haldir le tendió la lanza a su hija; Lúthien la tomó entre sus manos como si se tratase del más delicado cristal.
—No espero que sepas manejarla.—cruzó los brazo sobre el pecho, permitiendo que Lúthien se recreara.
Y la mestiza galadhrim fue lo que hizo. Sintió una extraña fuerza invadir sus brazos, una leve corriente eléctrica que recorría sus dedos y afianzaba el agarre sobre el asta de la lanza. De repente, se sentía capaz, como si todo el sufrimiento hubiese convergido en aquel instante, en aquel arma. Se tomó unos momentos para blandirla, apreciar su peso, su longitud, hacerse a ella, pues resultó ser íntegramente de una aleación de acero con mineral meteorítico rojo, con el asta recubierta por tiras de cuero del mismo color.
—Su nombre es "Carnil".—dijo Haldir tras unos momentos de silencio.
Lúthien se detuvo, mirando a su padre.
—"Carnil".—repitió, admirando ahora la factura de su lanza, en la que se apreciaba la impronta de su madre en las filigranas de la moharra y el regatón, rosas y espinas en plata y carmesí. Posó el regatón en el suelo, miró a su padre.
Haldir se adelantó unos pasos hasta acortar la distancia que lo separaba de su hija. Colocó su zurda sobre la diestra de Lúthien, que asía firmemente a su nueva herramienta, apretando la mano de su hija con suavidad. Fijó la vista en la mirada glauca de su retoño ya no tan infante.
—Vedui na nin, Lúthien.[escúchame, Lúthien]. — la voz de Haldir, aunque suave, denotó cierta autoridad. —No te he entregado a Carnil sin razón ninguna. Has escogido un camino, un camino que durante mucho tiempo he deseado que abandones, ya que temo que te conduzca a la muerte.
Lúthien guardó silencio, sin atreverse a
replicar. Haldir retomó su discurso.
—No
sé si lo que suceda en Angmar te hará cambiar de opinión. —Haldir bajó un
poco el tono, sin afanarse en ocultar su temor. — Lo que sí sé es que, de alguna manera, esta eithron[lanza
ligera de gran hoja] te protegerá,
pues en ella moran el espíritu y la voluntad de tu madre.
Una vez más, silencio. El padre ahora besó muy dulcemente la frente de su hija, no como signo de bendición, sino como el más puro afecto que un progenitor puede profesar hacia la sangre de su sangre. La hija entendió que ahora tenía un nuevo compañero en aquel incierto y peligroso camino que había escogido motivada por el dolor y la ira.
Un camino que no abandonaría. Una
compañera inseparable que la distinguiría de los demás. Un destello escarlata, que segaría la Oscuridad que tanto aborrecía.