2. Música en el corazón del Bosque Negro (I)
Los días se sucedieron formando semanas, dando lugar al final de la primavera, cediendo la entrada a un caluroso verano que comenzaba aquella noche con una radiante luna llena. Y así, en las profundidades del bosque, donde sólo hay silencio para los oídos humanos, la Corte del Rey Thranduil y todo un pueblo, vive protegido por fuertes muros de piedra y bajo centelleantes techos de cuarzo que imitan el brillar de las estrellas cuando las llamas de las antorchas les arrancan reflejos.
Para el conocedor del laberinto de escaleras y pasillos hay, muy al fondo, muy oculto, un final para ese encierro. De pronto, al girar un recoveco inesperado, la luz de Anar lame el suelo pulido y el jardín de olorosas niphredil(campanillas blancas) se abre ante el caminante. El jardín es grande y bordea totalmente el Palacio del Rey del Bosque, al que normalmente sólo se accede por los túneles subterráneos, pero al que se puede llegar por una puerta grande de haya justo al otro lado.
Es esta puerta la que da al Salón de Baile y que sólo se abre cuando se celebra una gran fiesta.
Las ventanas del Salón terminan en afiladas agujas y la piedra forma el diseño imposible del árbol cuajado de flores, símbolo del escudo de los Orophiriyn. Los suelos eran de labrada madera de colores y las paredes tan altas y sus columnas tan adornadas, que los techos parecían copas de árboles perdidas en el cielo. Había en el Salón de Baile un trono de madera y piedra sobre una pequeña escalinata para el Rey y su esposa y sillas trabajadas a ambos lados para los herederos. Cuando las fiestas así lo requerían y el ánimo del Rey las favorecía, la estancia se llenaba de música y las puertas se abrían, dejando que los sonidos y las fragancias de la naturaleza llegasen a ellos y les templaran el alma.
Y aquella tarde, con el Sol todavía pintando de desesperado rojo el borde del cielo en el Oeste, los elfos del Bosque Negro estaban siendo agraciados con la celebración de una de las más importantes de las fiestas: la Dana Nosteg del Príncipe Heredero.
Hithmîr se arreglaba la intrincada trenza frente al espejo de su habitación ya vestido. Lucía una túnica nueva de más de tres años de preparación y un pesado collar de oro, con topacios y zafiros incrustados, ataba su capa y caía sobre su pecho; hacía horas que se preparaba, asistido por doncellas y ayudas de cámara, pasando de un ritual de purificación a otro, buscando la bendición de Elbereth en baños de fuertes fragancias y la protección de Yavanna en interminables emplastos de hierbas. Y su hermano había pasado por lo mismo durante tres, tres, días.
Pero la preparación por fin llegaba a su término, en cuanto fuera capaz de colocar adecuadamente los zafiros y el hilo de oro entre sus rubios cabellos, podría sentarse a leer hasta que vinieran a por él para bajar a cenar. Estaba un poco impaciente por disfrutar de los manjares que había podido ver preparar en la cocina aquella mañana, pero también por los encuentros que tendrían lugar. Legolas llevaba enclaustrado tres días sin contar los meses que había pasado en la frontera y Tauriel había sido enviada a principios de primavera a proteger un cargamento de telas preciosas, elaboradas en el propio Bosque Verde, hasta el Bosque de Lothlórien, quien no dejaba de comerciar con los Enanos de Moria pero que era una importante fuente de ingresos. El verano llevaba unos días cubriendo de color las hojas de las hayas, pero el bosque todavía estaba fuerte y lleno de vida, era hermoso, y Tauriel había vuelto apenas unas semanas antes de tan importante evento.
Colocó el pasador de topacios uniendo en la nuca las tres trenzas del lado derecho y dejando libre el pelo al otro lado y levantó las cejas con emoción por haber terminado.
Entonces, alguien llamó a su puerta y Hithmîr vio su cara de alegría decaer hasta la resignación en el reflejo.
— Adelante.
La puerta giró sobre sus gozones.
Tauriel había llegado apenas unas semanas antes de la fiesta en honor a Legolas, en que se celebraban sus dos mil años de vida. El propio rey en persona le había ordenado ir a Lothlórien a llevar unas telas preciosas que debían llegar intactas a su lugar de destino. Mas allí, en su corta estancia, pudo compartir muchas conversaciones con la dama Galadriel y el maestro Celeborn, gobernantes del Bosque Dorado. Asimismo pudo conocer a otros de su misma posición de aquel lugar, como el capitán Haldir y a su familia, entre ellos a su hija menor Lúthien Seregwen. Y aunque la Avar era bastante mayor que ella se hicieron amigas rápidamente, lo que motivó más a que Lúthien la acompañase al Bosque Negro y aceptase sustituir a su hermano.
El día tan esperado había llegado; Tauriel iba vestida con un largo vestido plateado que resaltaba su figura, presente exclusivo por parte de su señor, y su largo cabello cobrizo danzaba al son de sus pasos en una maravillosa trenza que despejaba su rostro y resaltaba su olivácea mirada.
Después de esperar a que Lúthien se preparase también para la fiesta, fueron a buscar a Hithmîr a su habitación. Al llegar frente a sus dependencias, llamaron a la puerta y aguardaron con calma.
Todo había cambiado, y a la vez, todo era igual, como lo había sido durante siglos. Pero había algo distinto, se notaba diferente, mas no sabría acertar exactamente el qué. ¿Acaso tenía algo que ver el hecho de que cumpliese dos mil años de edad?
Los siglos habían ido cambiándole, haciendo crecer al niño hasta convertirse en el hombre que se reflejaba en el gran espejo ese día. ¿Cuánto había cambiado el bosque? Mucho, y él junto a las hojas y los animales. Observó su reflejo unos instantes, terminando de ajustarse las mangas de la túnica azul claro que vestía. Los ribetes plateados de las mangas brillaron levemente cuando se movió, un suspiro escapó de sus labios. Estaba listo. No iba a ponerse joya alguna, prefería la sencillez y la comodidad.
Salió entonces hacia el salón donde debía acudir, con una sonrisa templada en su rostro. La fortaleza de Thranduil nunca cambiaba. Acarició con las yemas de los dedos las paredes, intentando descubrir así alguno de los antiguos secretos, alguna antigua historia que no hubiese vivido o escuchado, pero quizá fuesen aquellos pequeños nervios que jugueteaban en su estómago, o el simple hecho de que esas paredes no escondían nada digno de rememorar, lo que hicieron que Legolas no escuchase nada.
Tomó aire antes de abrir las grandes puertas de los salones de Thranduil. Pese a que apreciaba la paz y la tranquilidad que el bosque le brindaba, prefería oír a los Elfos cantar y celebrar que el silencio que inundaba sus corazones en tiempos difíciles, y por fortuna, ese día solo se cantaría.
Aquella mañana, Lúthien se encontraba inquieta. Sabía cuál era el cometido que tenía que llevar a cabo e igualmente sabía que no le gustaba la corte por muy bien que supiera comportarse o mantener las formas. Su padre y su hermano habían invertido cuatro interminables días en preparar tan importante misión, además de intentar aplacar el mal carácter más que evidente del que la galadhrim solía hacer alarde.
Sin dudarlo ni un instante, entre padre e hijo asearon a Lúthien sumergiéndola en baños de fragancias de flores, desenredando los gruesos rizos de su cabello castaño y eliminando cualquier rastro de cicatrices que pudiesen quedar visibles (algo ciertamente complicado) a pesar de las constantes quejas de la elfa. Después, se enfundó en un precioso pero sencillo vestido blanco, con detalles de esmeralda en el pecho y la cintura, hombros descubiertos y largas mangas de sedas bicolor que rozaban el suelo al caminar. Apenas recogieron sus brillantes rizos despejando su rostro con pequeños engarces en forma de hiedra, los cuales desprendían pequeños destellos aguamarina con la luz, dejando que el resto cayera armoniosamente por su espalda como una cascada.
Durante un instante, se observó en el espejo: aquella era una de las pocas veces en las que Lúthien parecía verdaderamente una dama elfa en lugar de una guerrera. Ya se había acostumbrado a verse siempre con la ropa embarrada o el rostro cubierto de polvo o sangre, y el hecho de verse arreglada y hermosa, aún era algo que le resultaba desconocido y agradable al mismo tiempo. Con nostalgia sonrió, mientras acariciaba con triste emoción aquél vestido que una vez perteneció a su madre.
—Estás preciosa, iellig.—suspiró Haldir, quien durante un segundo creyó ver a su amada Galath en lugar de su hija.
A continuación dirigió su mirada hacia el fardo que descansaba sobre su cama perfectamente hecha. Con sumo cuidado, Neithän se acercó hasta él y lo tomó con delicadeza entre sus manos, entregándoselo a su hermana.
—Nosotros no estaremos contigo en la recepción, ya que la oficia el príncipe mayor, pero nos veremos más tarde. —dijo con calma.—Mára valto(Buena suerte).
Haldir tomó a su hija por los hombros y depositó un suave beso en su frente, al tiempo que la miraba con una sonrisa.
— Sé que lo harás bien.
— Acabemos con esto de una maldita vez. — resopló la Avar con cansancio en la voz.
Y con una reverencia hacia los tres varones, Lúthien de Lórien abandonó su cámara en busca de su amiga para dirigirse a la fiesta. Una vez ambas amigas se encontraron, se dirigieron prestas hacia la habitación de Hithmîr, donde le aguardaron pacientemente tras llamar a la puerta con tres golpes secos.
Bajo el dintel de madera oscura aguardaban dos espigadas elfas ataviadas con vestidos pálidos y de cabellera castaña. Hithmîr trató de reprimirlo, porque Tauriel era su más cara amiga, pero la mueca de desagrado se formó en la comisura de sus labios por un momento. No era agradable para él, ni para ningún elfo de honra, observar las huellas flagrantes de un comportamiento deshonesto.
Se recuperó apenas una décima de segundo después, demasiado lento para que un elfo no lo hubiera advertido, demasiado rápido para que un humano creyera hasta haberlo soñado.
— ¡Tauriel, amiga mía! ¡Que una estrella brille en nuestro encuentro y nos mantenga juntos muchas estaciones más! —la abrazó sentidamente y se alejó, entrando en el cuarto y esperando ser seguido por las chicas, aunque sin girarse a comprobarlo— ¡Medio año! Y padre había dicho que se trataba sólo de un encargo de comercio ¡la próxima vez exigiré acompañarte! ¡Soy un gran comerciante!
Con pasos seguros llegó hasta su confortable butaca junto a la ventana todavía abierta (que tendría que cerrar al irse a cenar y no podría abrir hasta la segunda llamada al desayuno) y se dejó caer en ella. Con un gesto vago invitó a las dos elfas a sentarse, aunque procuró no mirar demasiado a la acompañante de Tauriel, indiferente a ella.
— Me alegro de que hayas llegado a tiempo para la celebración. Legolas agradecerá tu presencia… siempre es bueno poder bailar con alguien nacido más tarde que el Sol —se rio. Hithmîr jugueteó con los dedos largos sobre los hilos prietamente tejidos del brazo del sillón y elevó las cejas—. Entonces ¿todo ha ido bien? ¿Sin problemas en Laurelindórenan? ¿Sin encuentros desagradables con pendencieros enanos?
—¡Amigo mío!— Tauriel abrazó al elfo con sumo cariño, al tiempo que en sus labios se dibujaba una gran sonrisa.— Cierto es que me habría gustado mucho disponer de tu siempre grata compañía. Hemos estado comerciando largo tiempo con los enanos, y seguro que tú habrías aligerado los trámites con aquellos seres con tu maestría de mercader, pero llegué a tiempo. Todo ha ido muy bien durante mi viaje, y como puedes ver, no vengo sola.
Tauriel señaló a Lúthien con un elegante gesto de muñeca, mostrando la palma de su mano completamente abierta.
—Ella es Lúthien Seregwen, hija de Haldir de Lórien. Viene en representación del Bosque Dorado.—comentó, invitándola a acercarse. Acto seguido, se volvió hacia el príncipe menor.— Lúthien, éste es mi gran amigo y príncipe que tanto te he hablado.
Lúthien aguardó detrás de Tauriel, con el presente para el príncipe entre sus manos, en completo silencio. Dedujo que aquél que tenía delante era el príncipe Legolas, el hijo mayor de Thranduil, por lo que, cuando su amiga la presentó, ella se adelantó un par de pasos con la intención de entregarle el regalo por parte del bosque de Lothlórien, ya que el príncipe contaba con una belleza singular que a ella, sin duda, le impactó.
—Príncipe Legolas—sonrió, inclinándose ante él.—Permitidme que os entregue este pres…
Aquella frase quedó interrumpida por un pequeño toque que Tauriel le dio en el brazo. Alzó la mirada, sin comprender del todo; transcurridos unos segundos, entendió lo que había sucedido.
—¡Oh, Eru, disculpad semejante confusión!—se excusó la dama, ruborizándose y agachando la cabeza—Lo lamento, hîr vuin...
Aún pudo oír la risa contenida de Tauriel, mas optó por alzar la cabeza y presentarse como era debido ante el menor de los hijos de Thranduil, conteniendo las ganas de propinarle a su amiga un codazo en el costillar.
No obstante, Tauriel advirtió la hora de partir hacia la fiesta. Sin más demora, indicó a Hithmîr que se levantara y a Lúthien que los siguiera.
—¡Vamos, mellon nín! No querrás que tu padre se enfade con nosotros por llegar tarde a la celebración de tu buen hermano. Que siempre llegamos a todos los sitios justitos o tarde por tu culpa.—bromeó muy alegre, ya que lo veía algo raro.
No querían llegar tarde a la gran celebridad de la Dana Nosteg aún siendo los tres representantes de tres grupos sociales más importantes; Hithmîr era el príncipe menor, Lúthien venía en representación de sus mejores aliados, los elfos de Lórien, y Tauriel, era Capitana de la Guardia real. Todos debían estar en primeras filas en el acto, y así hicieron. Entraron juntos y cada uno ocupó su lugar indicado en el salón principal del reino del gran rey Thranduil.
La estancia se alzaba maravillosa e imponente ante sus ojos. Todo cuanto Tauriel le había descrito no hacía justicia a la belleza del lugar. La roca esculpida, la madera pulida... El conjunto de los Salones del Rey Thranduil contaba con una belleza que ni el mejor de los pintores podía plasmar en un lienzo. Anonadada, escuchó el envolvente canto de los elfos desde el lugar destinado a los embajadores de las distintas tierras de los elfos, hasta que la ceremonia finalizó.
Los Elfos cantaban y bailaban en los salones del Rey Thranduil, que se veían inundados por esa música de dicha y alegría. Aun así…se seguía sintiendo algo extraño. Se había mirado largas horas al espejo cuando había llegado al Bosque Negro, intentando encontrar ese cambio que indicaba que todo se detenía para él, pero salvo un brillo ligeramente distinto en los ojos, poco había cambiado en el aspecto del Príncipe del Bosque. Tampoco es que Legolas se sintiese más sabio que antes, ni más rápido ni nada. No notaba nada en su exterior, nada físico, pero sin embargo su alma sabía que ya nada era lo mismo. Había madurado. Atrás parecía quedar la juventud, si era acaso que los elfos poseían tal cualidad.
Se mantuvo en su sitio, ligeramente distraído y sin saber muy bien qué hacer. Legolas se balanceaba ligeramente de adelante hacia atrás, acompañando así el son de la música. Fijó la vista en el techo, ensimismándose con una araña que tejía en su tela, ajena al jolgorio y a los cánticos de los Elfos. Y de pronto, escuchó las voces de su hermano, Tauriel y una desconocida, que acababan de entrar en los salones. Legolas se acercó a ellos con una cálida sonrisa, feliz por ver de nuevo a ambos.
─Bienvenida otra vez a casa, Tauriel. ─Saludó. Había estado fuera durante largo tiempo. ─Sé lo mucho que Hithmîr te ha echado de menos.
Tras aquellas palabras, miró a su hermano con gesto burlón durante un instante, antes de dirigirse a la desconocida que los acompañaba.
─Y sed bienvenida al Bosque Negro, mi señora.
Siguiendo a Tauriel y a Hîthmir, Lúthien se encontró de frente con el hijo mayor de Thranduil y heredero del reino del entonces Bosque Verde. Un elfo, para su impresión, realmente hermoso.
—Es un placer poder estar aquí en este fantástico día, Alteza.—repuso Lúthien, realizando una respetuosa y elegante reverencia, a la par que las mejillas comenzaban a arderle de la vergüenza producida por el anterior desliz. Esta vez no había margen de error.—Por favor, aceptad este modesto obsequio por parte de Lothlórien, así como la más sincera felicitación de parte de mis señores Celeborn y Galadriel.
Con un movimiento de cabeza que bien podría confundirse con timidez, alzó la vista. Seguidamente se irguió, mostrando el paquete de suave tela sobre sus manos, tendiéndoselo al príncipe. De tanto en cuanto, buscaba la mirada conciliadora de su amiga, ya que esta era la primera vez que Lúthien viajaba como embajadora de su tierra, ante la ausencia de su hermano Händir.
Hithmîr extendió la mano en cuanto entendió lo que iba a ocurrir y cogió por la muñeca a Legolas antes de que tocara los dedos de aquella elfa. Viendo el susto en las pupilas azules de su hermano, se colocó justo a su lado y sonrió con falsedad, sin verdadera intención de parecer amable.
— Gracias, muchacha —le dijo a la elfa, tomando el regalo con cuidado de no rozarla y dándoselo a Legolas—. Seguro que es un bello presente y sin duda un gran halago que los Señores de Lórien se molesten en enviar un mensajero y sus felicitaciones hacia el Príncipe Heredero.
Hithmîr, que era muchas cosas pero no estúpido, notaba las miradas acusadoras y enfadadas de Tauriel y Legolas. De hecho, también notaba el pellizco retorcido de su hermano la parte expuesta de su nuca ¡pero no era su problema si los dos eran idiotas!
— Bueno, estaréis muy cansada por todo este ajetreo ¿verdad? Podéis iros a descansar ya, habéis cumplido sobradamente, de verdad. Llamaré a… ahhh… a… alguien que nos indique donde están la carne y las viandas para que podáis cenar.
— Bueno, estaréis muy cansada por todo este ajetreo ¿verdad? Podéis iros a descansar ya, habéis cumplido sobradamente, de verdad. Llamaré a… ahhh… a… alguien que nos indique donde están la carne y las viandas para que podáis cenar.
Apenas si había alargado el brazo con una sonrisa amable para la Elfa de Lórien cuando su hermano se había entrometido y se había comportado…como sólo él podía comportarse. Le dedicó una brevísima mirada de advertencia que Hithmîr omitió por completo, cogiéndole tanto a él como a Tauriel por el brazo y dejando a la enviada de los señores de los Galadhrim sola.
Tauriel vio enseguida en la mirada de Hitmîr que la presencia de su nueva amiga Lúthien lo incomodaba, pero a este ese momento se había sabido comportar. No dejó que Lúthien tocara al príncipe Legolas y eso le hizo lanzarle una mirada desafiante a su compañero.
—Hithmîr, basta... —masculló por lo bajo, intentando que se comportase.
— No me digáis nada porque tiene el pelo castaño y no la quiero cerca de mí ni de vosotros —dijo rápidamente, casi pisando las palabras— ¡Oh, maravilloso! —exclamó de corrido, dirigiéndose hacia las mesas en las que reposaban diversos manjares.— ¡galletas de almendra dulce!
Y aunque quería por lo menos cinco de aquellos dulces en forma de rombo, no los cogió por no soltar a sus dos presas
—¡Hithmîr, ya basta!—Tauriel mostró un enfado más que evidente.—¿Por qué te comportas así? Es nuestra invitada, me ordenaron personalmente que cuidara de ella durante su estancia aquí. Ha sido enviada por la mismísima dama Galadriel y es de su total confianza, así que también debe serlo de la nuestra.
Soltó como pudo la mano de Hithmîr de su brazo, enfadada con su comportamiento nada educado. A pesar de que por su condición de príncipe él estaba por encima de ella, siempre lo había tratado como un buen amigo, más que como príncipe. Si alguna vez le tenía que echar el sermón, no tenía problemas en hacerlo.
—Además no estás quedando nada bien ante los embajadores de Lothlórien. Eso no es nada bueno viniendo de un príncipe del Bosque Negro, ¿no crees?
Legolas se mantuvo en silencio mientras Tauriel reñía a su hermano, pero incluso ella se contenía. Su hermano se había comportado mal, y una cosa era quedar como un huraño delante de los comerciantes humanos, pero otra muy distinta dejar mal a todos los Elfos del Bosque Negro ante los Señores de Lórien.
—¡Hithmîr! —expresó totalmente indignado —¡No es esa manera de tratar a una dama, mucho menos a una enviada de los Señores de los Galadhrim! ¡Haz el favor de comportarte! ─ordenó al príncipe, sin darle posibilidad de rechistar. ─No quiero que vuelvas a soltar un comentario ofensivo delante de ella, ni vuelvas a intentar alejarla, es nuestra invitada, y será tratada con todos los honores, como el resto de los aquí presentes. ¿Me has entendido?
No se dio cuenta de lo mucho que se había tensado. Inspiró levemente, intentando evadirse del repentino enfado. No merecía la pena ponerse así.
Le dedicó una última mirada de advertencia a su hermano, antes de girarse y volver de nuevo junto a la enviada de los señores de Lórien. Le dedicó una mirada de disculpa a la dama, dejando a Hithmir y Tauriel a solas.
Le dedicó una última mirada de advertencia a su hermano, antes de girarse y volver de nuevo junto a la enviada de los señores de Lórien. Le dedicó una mirada de disculpa a la dama, dejando a Hithmir y Tauriel a solas.
Lúthien ni siquiera tuvo tiempo de reaccionar. De repente, el príncipe menor había tomado a su hermano y a su amiga y la había despachado precipitadamente. Frunció el ceño, con una mezcla de desdén, extrañeza y una ligera desconfianza, pues no le parecía un comportamiento adecuada para un príncipe, y menos para un hijo de Thranduil. Si bien sabía que el carácter de los sinda era algo más complicado que el de cualquier otro elfo, no obstante no contaba con una actuación tal.
Uno de los mayordomos pasó a su lado, ofreciéndole una copa de vino dulce, que ella aceptó de inmediato, relajando los puños que de manera inconsciente había apretado. Se encogió de hombros y trató de amoldarse a la situación. Se acercó hasta una de las mesas dispuestas con exquisitos manjares, donde entabló conversación con algunos de los invitados: algunos procedían de los Puertos Grises; otros, de Imladris-Rivendel; y algunos más procedían de lo que antaño fue Doriath, ahora residentes en el Bosque Negro. Si algo agradecía Lúthien en casos como ese, era la facilidad para relacionarse con sus semejantes, fuesen de la clase que fuesen.
De tanto en cuanto, dedicaba discretas miradas hacia los príncipes y Tauriel, que parecían conversar acaloradamente. No iba a reconocerlo, pero estaba nerviosa. ¿Por qué tanta duda? ¿Acaso había hecho algo que pudiese molestar de aquella manera al príncipe Hîthmir? Si era así, desde luego debía remediarlo de alguna forma. No por ella, sino por sus señores. Tras unos minutos se despidió de sus compañías de forma cortés y se dirigió hacia donde se encontraban Legolas, Hîthmir y Tauriel, con la intención de disculparse por su posible falta de respeto.
De tanto en cuanto, dedicaba discretas miradas hacia los príncipes y Tauriel, que parecían conversar acaloradamente. No iba a reconocerlo, pero estaba nerviosa. ¿Por qué tanta duda? ¿Acaso había hecho algo que pudiese molestar de aquella manera al príncipe Hîthmir? Si era así, desde luego debía remediarlo de alguna forma. No por ella, sino por sus señores. Tras unos minutos se despidió de sus compañías de forma cortés y se dirigió hacia donde se encontraban Legolas, Hîthmir y Tauriel, con la intención de disculparse por su posible falta de respeto.
No obstante, por segunda vez en aquél día, se topó con el príncipe Legolas, que se acercaba hacia donde se habían encontrado escasos minutos antes, al parecer con la intención de excusarse y agradecer el modesto presente.
─ Hantalë! Ni siquiera me ha dado tiempo a agradeceros el regalo. Por favor, enviad mis respetos y mis saludos al Señor Celeborn y a la Señora Galadriel. ─comentó con tono amable. ─Y por favor, disculpad a mi hermano, es un tanto…reservado.
—Así lo haré al regresar a mi hogar, Alteza.—repuso con toda la calma que podía, haciendo una leve reverencia al terminar de hablar.—No...no hay nada que disculpar, señor. Puedo comprender los recelos de vuestro hermano hacia mi persona. Normalmente, es el mío quien se encarga de estos asuntos, no yo.
Legolas se sentía algo molesto. Sin haberlo pretendido se había metido en un problema y ni siquiera lo había causado él. Lúthien, por su parte, compartió aquel incómodo silencio con el heredero de Thranduil, llevando una mano a su cuello y jugando con nerviosismo con uno de sus largos rizos. Legolas caviló en su cabeza lo que sería correcto hacer o decir para tratar de suavizar aquella situación; miró de reojo a la elfa, sin saber qué hacer o qué decir. Finalmente, optó por ofrecerle una mano, invitándola a bailar.
—¿Me concedéis este baile? Espero así que la ofensa de mi hermano quede levemente olvidada.
Lúthien abrió la boca para decir algo, sorprendida, mas quedó callada repentinamente ante la petición del príncipe. Ella alzó su mirada glauca y tomó su mano, un tanto temblorosa.
— Por... por supuesto, Alteza.—titubeó sorprendida, sonriendo de lado.—Será un honor compartir este baile con vos.
Hithmîr tenía un humor de perros; Legolas le dio la espalda y Tauriel continuó mirándole con el ceño fruncido, a la espera de una respuesta. Tragando delicadamente la galleta que al final había escogido, frunció la nariz y contestó a su amiga:
— Te arrimas a cualquiera, Tauriel, deberías de ser más cuidadosa con tus amistades… ¿teniéndonos a Legolas y a mí, por qué tratas con una elfa… de sangre mestiza? Y padre no me va a decir nada, está encantado con los presupuestos que he estado haciendo todos estos meses solo…
No le parecía nada apropiado ni justo lo que su amigo y príncipe le estaba haciendo a la hija de Haldir, la invitada y representante del Bosque Dorado. Había compartido mucho tiempo durante su estancia allí y era una elfa, a su juicio encantadora (e incluso un poco bruta), que no se merecía recibir ese trato. Y no dejaba de decírselo seriamente.
— No es una simple elfa y da lo mismo que sea una mestiza. Es la representante de la dama Galadriel y el señor Celeborn. Deberías comportarte, Hithmîr. Si vuestro padre se entera... ni los buenos presupuestos te salvarán de su genio...
Mientras escuchaba el sermón de Tauriel, recorrió con sus ojos claros, del color de la niebla, las figuras del salón. Los vestidos y las capas de colores se mecían a un lado y a otro, la orquesta terminaba una suave melodía y se preparaba para la primera pieza del baile. En los tronos que presidían la sala, sus padres se daban la mano y observaban el desarrollo de la fiesta, acompañados por Haldir y su primogénito, manteniéndose alejados de todas las intrigas que se empezaban a gestar.
Fue entonces cuando se giró de nuevo hacia Tauriel y vio sobre el hombro de la chica a su hermano alargando la mano hacia la embajadora de Lórien.
— Por todos los orcos de Mordor… ¿qué está…?
Y empezaron a bailar. Tres pasos y habían alcanzado el centro de las parejas que bailaban. El vestido blanco de ella se balanceaba y…
— ¡Tauriel! —exclamó en un susurro, agarrando a la chica del brazo y la pegó a su pecho para que los viera también—¡Tiene los hombros descubiertos! Y en ese paso… ¡en ese paso Legolas se los ha agarrado!
Tauriel vio como a Hithmîr le entraba otra rabieta cuando vio que su hermano estrenaba el baile con Lúthien. En parte le hacía gracia ver la reacción, y sabía que Legolas lo había hecho para fastidiar a su hermano menor por su comportamiento.
—¡Hithmîr! ¡Solo están bailando! —exclamó, colocando los brazos en jarras.
— ¿Lo estás viendo, Tauriel? ¿Tú lo ves? —bufó— ¡Y yo renegando las últimas tres semanas de venir con Thossel o con Anthel o con la estirada de Colneth! —la miró fijamente un momento y de un brusco movimiento volvió a agarrarla— ¡Ven! Vamos a vigilarlos de cerca…
Enredándose un poco en el precioso vestido plateado de Tauriel, Hithmîr trató de arrastrarlos a ambos hasta llegar junto a su hermano. Con suerte, podría empujarlos y hacer que aquella elfa se alejara con sus raíces mestizas; Tauriel, por su parte, se dejó guiar mientras él la llevaba cerca de la pareja de baile. Sabía que por mucho que le dijera a su amigo para que se comportara, no habría manera de que lo hiciera por las buenas.
La música continuaba con una melodía hechizante, casi mística, y la danza de los Elfos llenaba las cavernas del rey Thranduil. Legolas se mantuvo en silencio, dejándose arrullar por las notas de las arpas, mientras mantenía un ojo en su hermano, que le miraba enfurruñado. Contuvo un suspiro, Hithmîr en ocasiones llegaba a ser realmente racista, llegando al extremo de insoportable. No era como si la enviada de Lórien fuese un Enano o alguna criatura horripilante, era una Elfa, y punto. Y no debía tratarla así. Dando un giro en la danza, vio de refilón cómo su hermano arrastraba a Tauriel a la pista de baile, y estaba seguro de que nada bueno podría salir de él e intentaría poner a la dama Lúthien en un compromiso, incluso avergonzarla de alguna manera. Frunció el ceño de manera involuntaria, no deseaba enfadarse, no esa noche, pero Hithmîr no se lo estaba poniendo nada fácil, decidido, como estaba, a poner en mal lugar el buen nombre de los Elfos del Bosque Negro y de su propio padre.
Enfrascada en una danza tan mágica como cautivadora, Lúthien procuraba disfrutar de aquél apacible momento, aunque la presencia del príncipe mayor había logrado impresionarla por completo y no sabía cómo reaccionar. Percibió los gestos de Legolas, aunque no dijo nada al respecto. Algo lo turbaba, y estaba claro que las cosas no iban nada bien. Desde luego, no era normal el trato que estaba recibiendo por parte de aquél elfo, Hithmîr, como tampoco lo era su actitud. Menos todavía en presencia de su padre, aunque suponía que Haldir tenía la cabeza más pendiente de su compañero de armas que de los dramas palaciegos. El destello del plateado vestido de Tauriel activó sus sentidos, incitándola a no relajarse; sabía que tendría problemas si no tomaba cartas en el asunto, empero bien sabía que no debía, bajo ningún concepto, encararse ante alguien de la nobleza, y menos a alguien así. Ella era un soldado, una plebeya al fin y al cabo. Había líneas que no debía cruzar y, encararse contra un noble, era una de esas líneas.
Así pues, Legolas, sacando ventaja de la bajada en la música, aprovechó para terminar la danza, inclinándose ante la Elfa de Lórien con respeto.
─Gracias por concederme el privilegio de este baile, mi señora. ─Le ofreció un brazo con ademán amable, mientras pensaba en un pequeño escarmiento para su hermano. ¿No quería comportarse? Bueno, él le obligaría.
—El honor ha sido mío, hîr vuin.—repuso Lúthien con dulzura, a la par que tomaba la mano de Legolas y la estrechaba con suavidad.—Si me disculpáis, gustaría de comer algo.
—Quedáis disculpada.—sonrió el príncipe, depositando un cortés beso sobre el dorso de la mano ajena.—Confío en que más tarde os reunáis con nosotros.
Y con una suave sonrisa más que ensayada, Lúthien se alejó hasta una de las mesas con la intención de comer algo. Incluso buscaba a su padre con la mirada, que no estaba allí ni tampoco el rey. Ni siquiera se había dado cuenta de que llevaba casi un día entero sin comer.




